A veces, los aprendizajes más potentes sobre política pública no ocurren en una sala de juntas, sino en los lugares más inesperados: una pasarela de moda, una fábrica restaurada y una conversación espontánea entre distintas generaciones.
Hace poco asistí con mi hija de 14 años al desfile inaugural de la Bogotá Fashion Week (BFW), el evento insignia de la moda en la capital. Ella se emocionó al ver la invitación. No por la moda como consumo, sino por el diseño, su verdadera pasión. Quería ir con ella, en parte porque me reclamaba –con razón– que la había alejado de ese mundo que la inspira.
El evento era en la antigua Fábrica de Pastas El Gallo, un bello edificio patrimonial adaptado como galería. Al llegar, nos detuvieron: no se itían menores porque se servía licor. Expliqué que yo la acompañaba y no consumiríamos alcohol, pero la respuesta fue un no. Sin escándalo, nos retiramos.
Entonces ocurrió algo que me recordó por qué creo en la gestión pública centrada en las personas. Mientras salíamos, entraba el vicepresidente de la Cámara de Comercio de Bogotá, a quien conocía de antes. Le conté lo sucedido. Preguntó a los organizadores cuál era la norma exacta que impedía la entrada. Le dijeron que no había ninguna escrita, solo que había licor. Me miró y dijo: “¿Te comprometes a cuidarla?”. “Por supuesto”, respondí.
Nos permitió el ingreso. Lo que ocurrió adentro fue mágico. Mi hija observaba los diseños, las telas, los cortes. Miraba con fascinación y análisis. Al terminar, buscó al vicepresidente, lo miró con decisión y le dijo: “Voy a ser diseñadora y estaré en una BFW”. Él sonrió: “Espero que me regales una camiseta cuando seas famosa”. Ella, radiante, respondió: “Trato hecho”.
No sé si será diseñadora, pero sí sé que en ese momento se le permitió soñar. Se le mostró que ese mundo no le está vetado. Que tiene derecho a imaginarse ahí.
Y es que el acto del vicepresidente fue algo más que una cortesía, lo entendí cuando en la apertura del evento el presidente de la Cámara dijo que estaban en el centro de Bogotá para apoyar también a la economía popular. Era una apuesta concreta: democratizar el al desarrollo económico y empresarial.
No se trata solo de fomentar emprendimiento, sino de acompañar vocaciones tempranas. Carreras como el arte, el diseño, la danza, la música o el deporte se definen desde edades jóvenes.
Desde mi experiencia en gerencia pública, el suceso me llevó a reflexionar sobre cómo las Cámaras y el Ministerio de Comercio tienen una oportunidad única de abrir estos espacios a los jóvenes, y de hacerlo en alianza con los colegios. No se trata solo de darles físico, sino de crear política pública que conecte vocación con realidad, mostrando que el talento necesita también trabajo, disciplina y formación.
El episodio más que una anécdota es un ejemplo replicable. No se trata solo de fomentar emprendimiento, sino de acompañar vocaciones tempranas. Carreras como el arte, el diseño, la danza, la música o el deporte se definen desde edades jóvenes. Requieren apoyo oportuno.
Eventos como la Bogotá Fashion Week, que la Cámara organiza en Corferias, podrían ser vitrinas pedagógicas. ¿Cuántos jóvenes van a estos espacios de ferias como parte de su formación? ¿Cuántos entienden desde ahí lo que implica construir un camino profesional en distintos sectores?
En Colombia hay más de 50 cámaras de Comercio. Algunas, como por ejemplo las de Bogotá, Barranquilla y Medellín, tienen una articulación clara con políticas públicas de emprendimiento, proyectos para jóvenes, alianzas con colegios e iniciativas con INNpulsa del Mincomercio. Otras aún no conectan lo suficiente con sistemas educativos ni con programas de juventud. ¿Tienen estrategias activas para talentos jóvenes? ¿Se articulan con secretarías de Educación o Cultura?
Hablar de este caso es visibilizar una experiencia que puede multiplicarse. Cuando una niña entra a un desfile y se imagina diseñadora, no es solo una historia bonita: es una oportunidad. Es el Estado y la sociedad diciéndole que vale la pena intentarlo.
Soñar no es un lujo. Es el punto de partida para transformar la realidad.