Volvió a lucirse el ministro Jaramillo.
Había sido noticia en días pasados por itir que el Gobierno tiene a las EPS “en cuidados intensivos”, a fin de presionar la aprobación de la reforma de la salud. Ahora, en una audiencia sobre el mismo tema, instó a los colombianos a reemplazar la cerveza por bebidas artesanales: “No tomemos una sola gota de cerveza –dijo–, tomemos chicha, hagamos guarapo, hagamos cualquier cosa”.
También sugirió no tomar gaseosas y guardar la plata debajo del colchón en vez de los bancos. “A ver qué pasa con Sarmiento”, sentenció. Pues de eso se trataba su diatriba, de atacar a los principales grupos económicos del país: los bancos (del grupo Sarmiento), las cervezas (del grupo Santo Domingo) y las gaseosas (del grupo Ardila).
No tardaron las burlas en las redes. ¿El encargado de la salud recomendando bebidas desreguladas en vez de bebidas vigiladas por las autoridades sanitarias? ¿Se había vuelto libertario el ministro progresista? ¿Un gobierno en plena crisis fiscal exhortando al contribuyente a evadir el sistema financiero y revertir al efectivo?
El chiste se contaba solo.
Pero, como tantas veces en este gobierno, lo cómico revela asuntos serios. Pues lo que Jaramillo está proponiendo, a fin de cuentas, es volver a maneras informales de hacer las cosas: colchones en vez de bancos, fermentados ancestrales en vez de bebidas comerciales, etc. Y, bajo este gobierno, la exaltación de la informalidad no es un accidente ni un desliz retórico de un ministro acalorado, sino prácticamente una política de Estado. Quizá la única que ha habido.
Esto es evidente en el campo laboral. El Presidente y sus seguidores sacan pecho porque el desempleo ronda el 10 %, un nivel favorable en relación con años anteriores. Omiten señalar, sin embargo, que la mayoría de esos nuevos empleos están en el sector informal: 78 % de los 971.000 puestos de trabajo creados en el primer trimestre de este año.
Para el Gobierno la informalidad parece ser una virtud. Es una de sus múltiples contradicciones
Y la reforma laboral del Gobierno –hoy rediviva en el Congreso– no hace nada por mejorar esa situación; antes la empeora. Eso es apenas lógico, pues en un mercado laboral con altos niveles de informalidad, como el nuestro, encarecer las condiciones para el empleo formal hace aún más atractivo el empleo informal. Esto se le ha comunicado al Gobierno de todas las maneras posibles –desde los gremios, desde las páginas de opinión, desde el Banco de la República–, pero es un mensaje que la Casa de Nariño se niega a escuchar.
Para el Pacto Histórico la informalidad parece ser una virtud. Quizá el Presidente le encuentre una resonancia romántica con su pasado rebelde: ser informal es ser libre, vivir fuera del “sistema”, etc. Y seguramente es otra manifestación de su desprecio por las instituciones nacionales. Pero sobre todo es una de sus múltiples contradicciones. Un régimen hiperestatista, como el suyo, debería promover que la gente se emplee formalmente (y use menos el efectivo), para que tribute más. Y ahí sí, a engordar el Estado a sus anchas. En cambio, fortalece a un sector que evade impuestos e incumple los derechos laborales que el petrismo afirma defender.
Cuando el ministro dice –en tono populista de aspirante a candidato– que vamos “a ver qué pasa” con los grandes empresarios si dejamos de demandar sus productos, es fácil responderle. Pasa que los cacaos siguen viviendo bien (entre otras cosas, porque están diversificados internacionalmente), mientras que los trabajadores de sus empresas se quedan en la calle y las arcas de la nación se revientan aún más.
En su charla, por algún motivo, Jaramillo confesó que no toma. No nos preocupemos tanto, entonces, por el supuesto consumo de sustancias de su jefe. El ministro demostró que la abstinencia tampoco es garantía de sensatez.
THIERRY WAYS
En X: @tways