Cada vez son más frecuentes las conversaciones que tenemos en la mesa acerca del impacto que la inteligencia artificial (IA) va a tener en nuestras vidas. Lo que antes era una excepción, hoy es casi que recurrente. No sé en el caso de ustedes, pero en el mío, las charlas suelen girar en torno a los aspectos negativos de la IA sobre la humanidad. Creo que no ha habido una sola ocasión en la que hayamos celebrado esa tecnología avanzada ni expuesto los beneficios que va a traernos en las próximas décadas.
El viernes pasado, en una cena de sabbat con unos amigos de la edad de mis padres, estos me preguntaron de qué iban a vivir las futuras generaciones si la IA prácticamente iba a hacer todo. De todas las profesiones por las que transitamos, no dimos con ninguna que estuviera salvaguardada del asalto de la IA. ¿Escritores, psicólogos, abogados, matemáticos, filósofos, ingenieros, conductores, pilotos, cocineros, políticos? Ninguno tiene una habilidad que no pueda ser reemplazada.
Luego de un buen tiempo dándole vueltas a la cabeza sobre algún trabajo, la tarea nos quedó grande. “La embarrada”, concluimos. A renglón seguido, un amigo que tiene a sus dos hijos en sus veintes dijo: “¿Y para qué utilizarán el cerebro nuestros niños en el futuro si todo estará resuelto? ¿Cómo van a fortalecerlo? ¿Y en qué lo van a fortalecer si todo lo tendrán masticado? ¿En hacer sudokus?”.
Debo itirles que las respuestas a esas preguntas fueron igual de frustrantes a las de las profesiones del futuro. Y eso es peligroso, pues nos está llevando a temerle a la IA y no a saber cómo compenetrarnos con ella, cómo fusionar nuestras habilidades para construir un futuro no de la IA, sino de la mano de ella. Los expertos en IA han repetido por activa y por pasiva que las tareas repetitivas, predecibles o técnicas serán automatizadas, pero que el pensamiento crítico, la empatía, la creatividad y el sentido ético seguirán siendo atributos destacados e irremplazables de los humanos.
Nuestros hijos y nietos tendrán que crear nuevas carreras. Por ejemplo, la de diseñadores de experiencias humanas en entornos tecnológicos, un reto sobre todo frente a generaciones que vivirán por y para una pantalla. Según expertos de la Universidad de Stanford, el mundo requerirá de facilitadores de decisiones éticas en sistemas automatizados (auditores de algoritmos, filósofos de la IA); habrá una evolución de profesionales en relaciones humanas, salud mental, educación emocional y liderazgo comunitario.
Pero ¿será eso suficiente? En días recientes, Matt Britton, autor del libro Generation AI, señaló que los adolescentes de hoy ven a la IA no como una oportunidad para evolucionar, sino para emplear menor esfuerzo haciendo tareas. Eso claramente tiene un impacto negativo en el pensamiento crítico que desarrollan los jóvenes en una fase crucial de sus vidas, y es un problema que debemos abordar pronto, desde las aulas mismas, donde yo creo que no se está haciendo un trabajo coordinado ni con padres ni con otras instituciones.
La tertulia donde mis amigos me ha tenido pensativo desde entonces, porque no he encontrado ni siquiera en ChatGPT una respuesta satisfactoria a ese futuro de nuestros hijos y nietos. En mi época, las consolas de videojuegos eran vistas como una amenaza, pero estas lo que brindaban era entretenimiento, y no aportaban mucho más. Hoy la baraja del juego ha cambiado considerablemente.
Lo cierto es que estamos penetrando en un terreno muy desconocido para todos, inclusive para los grandes genios que han desarrollado la IA. Este es un asunto que requiere de estudio y mucha lectura, de conversatorios y espacios que nos den luz sobre lo que se avecina, porque lo que es hoy, el futuro no pinta muy esperanzador para miles de millones de personas.
DIEGO SANTOS
En X: @DiegoASantos