Lo sucedido con el embajador de Colombia en Nicaragua, León Freddy Muñoz, constituye un doloroso recordatorio al Gobierno Nacional de que la diplomacia no debe ser tomada a la ligera, que debe mantenerse alejada de los devaneos de la política interna y el clientelismo, y de que la selección de los representantes nacionales ante un país extranjero debe seguir un estricto protocolo en competencias, formación, conocimiento, experiencia y, por qué no decirlo, sentido común.
El mismo que le faltó al exrepresentante a la Cámara por el Partido Verde cuando tuvo el desvarío de participar en un desfile en homenaje a la revolución sandinista portando prendas del Frente de Liberación Nacional (FSLN). Mucho más cuando el gobierno de Gustavo Petro había venido subiendo el tono contra el régimen del país vecino al registrar “con repulsión” el despojo de la nacionalidad de más de 300 de sus ciudadanos.
El episodio del desfile, en sí mismo grave por la violación de las más elementales normas del ejercicio diplomático y por la injerencia en los asuntos internos de un país al apoyar explícitamente al partido que está en el poder hace 16 años y es la plataforma del dictador Daniel Ortega, toma un cariz, si se quiere, más grave al estar los dos países ad portas de escuchar este jueves la sentencia de la Corte Internacional de Justicia que resolverá la aspiración nicacaragüense de ampliar su plataforma continental más allá de las 200 millas contadas desde su costa. Esto, tras un larguísimo litigio que suponía que la diplomacia colombiana debía poner a sus mejores elementos en todos los frentes relacionados con la demanda internacional. Pero no fue así, y el resultado es la vergonzosa constatación de que la Cancillería tuvo que llamar al embajador a dar explicaciones.
Esta y otras desafortunadas experiencias deben servir al Ejecutivo –no solo al actual– a una sincera reflexión, además de en el discurso, sobre el valor que se les da a la carrera diplomática y a los nombramientos en el exterior. ¿Cuánto más nos costará como país aprender la lección?
EDITORIAL