Su voz suave y su capacidad de decirlo todo con unos cuantos gestos fueron y serán patrimonio de los colombianos. Pero tras la noticia de su muerte ha sido claro que el actor, dramaturgo, director Kepa Amuchástegui Eloizaga, hijo de inmigrantes vascos nacido en Bogotá al comienzo de los años cuarenta, fue un gran maestro, un magnífico colega, un intérprete fino, delicado, que enriqueció y enalteció las artes escénicas en este país.
Sus compañeros de trabajo, los actores con los que compartió escenarios y sets de grabación durante sesenta años, y que también dirigió en las últimas décadas, reaccionaron de modo unánime: “Gracias, Kepa” fue la frase que se repitió en un conmovedor alud de comunicados de despedida.
Kepa Amuchástegui se volvió muy popular en el país cuando, a principios de los años ochenta, empezó a aparecer en la televisión: sus papeles en La pezuña del diablo (1983), Testigo ocular (1985), Los pecados de Inés de Hinojosa (1988), Garzas al amanecer (1989), Yo soy Betty la fea (1999), La Pola (2010), La ley del corazón (2016) y Bolívar (2019), entre muchas otras más, lo convirtieron en un miembro más de las familias de televidentes. Pero realmente era un hombre de teatro: fue de la Royal Shakespeare Company hasta el Teatro Nacional con un pulso particular, único, tanto en la actuación como en la dirección.
Tuvo una gran carrera detrás de las cámaras: dirigió series tan recordadas como La casa de las dos palmas (1990) o El fiscal (1999). Siempre fueron claros su talento, su rigor, su vocación a creer en el arte como un modo de enmendar la vida. Ha sido verdaderamente conmovedor leer los sentidos textos de los actores de todas las generaciones dándole las gracias por haberlos hecho mejores. Ver las fotografías de sus papeles, escritos por los grandes dramaturgos del siglo XX, es un recordatorio de que para esta cultura fue una verdadera fortuna contar con su mirada.