Con sobrada razón, el Premio Mundial a la Libertad de Prensa Guillermo Cano que entrega la Unesco fue este año para el diario La Prensa de Nicaragua. Su historia reciente es ejemplo doloroso, pero al mismo tiempo irable, de lo que significa defender, con valentía, el periodismo libre bajo regímenes que persiguen, censuran y castigan a quien no se somete.
Desde 2018, cuando la represión del gobierno de Daniel Ortega se intensificó tras las protestas sociales, La Prensa ha sido víctima de acoso sistemático. Sus periodistas han sido detenidos; sus instalaciones, tomadas; sus insumos, retenidos, y su personal, forzado al exilio. Aun así, ha seguido informando, resistiendo desde el exterior y manteniendo viva la llama de una ciudadanía que no se resigna.
Así las cosas, el premio no solo reconoce una trayectoria de más de 95 años de compromiso con el periodismo independiente, sino también un presente marcado por el coraje de seguir narrando la verdad desde el exilio. Es un galardón que honra a todos los medios y periodistas que, en América Latina y el mundo, ejercen su oficio en condiciones extremas.
Hay que decir también que la respuesta del Gobierno nicaragüense confirma por qué este reconocimiento era más que merecido y justo: en lugar de rectificar, el régimen de Daniel Ortega anunció el retiro de su país de la Unesco, como si apartarse del escenario multilateral fuese castigo para alguien distinto a los propios nicaragüenses.
Para ser claros: la salida de Nicaragua de esta organización no borra ni la represión ni la censura. Solo aísla más a un régimen cada vez más cerrado y autoritario. Y refuerza, al mismo tiempo, el valor simbólico y político del premio: que La Prensa reciba este reconocimiento es un recordatorio de que, incluso en las peores circunstancias, el periodismo libre sigue siendo necesario. Y posible.
EDITORIAL