La vida del actor francés Alain Delon, ícono de la historia del cine, fue una novela decimonónica plagada de reveses y aventuras. Nació en París en 1935. Su infancia fue la trama de un niño que volvía una y otra vez a la orfandad: cuando sus padres biológicos se separaron se fue a vivir con sus padres adoptivos, y, cuando sus padres adoptivos murieron, trató de tener una vida con sus padres biológicos, pero, ante el fracaso de ese reencuentro, terminó yéndose más bien a un internado, refugiándose en la carnicería de su padrastro y alistándose en la marina sa para ir a la Guerra de Indochina.
La vida de Delon, como la de ciertas estrellas de su generación, tuvo una vejez marcada por fantasmas del pasado
Hay vidas que parecen destinos: Delon fue mesero, vigilante, vendedor, antes de ser descubierto –en un viaje al Festival de Cannes– por los productores europeos y productores norteamericanos más importantes de aquella época. Desde finales de los años cincuenta, su carrera europea fue deslumbrante. No cualquier actor encabeza clásicos del cine como ‘A pleno sol’ (1960), ‘Rocco y sus hermanos’ (1960), ‘El eclipse’ (1962), ‘El gatopardo’ (1963), ‘El samurái’ (1967), ‘El amor de Swann’ (1984) y ‘Nuestra historia’ (1984). No cualquier actor hace una carrera de la mano de cineastas como René Clément, Jean-Pierre Melville, Jean Luc Godard, Luchino Visconti y Michelangelo Antonioni.
La vida de Delon, como la de ciertas estrellas de su generación, tuvo una vejez marcada por fantasmas del pasado: el de una carrera norteamericana que no fue satisfactoria, el del apoyo a la ultraderecha sa, el de las opiniones intolerantes. Y, sin embargo, fue una figura más allá de las controversias de todos los días. Por su talento irrefutable. Por su belleza. Por una obra que alcanzó a recibir, en 2019, la Palma de Oro honorífica del festival de cine en el que fue descubierto: “Siento que estoy recibiendo un homenaje póstumo en vida”, dijo. Pero entonces fue claro que su destino cumplido era ser una leyenda.
EDITORIAL