Un material que al comienzo fue símbolo de desarrollo y construcción de infraestructura para el bien de la ciudadanía, con el tiempo ha comenzado a generar miedo y rechazo. Se trata de la polisombra que se usa para demarcar las zonas de obras. Es la misma que hoy abunda en el centro fundacional de Usaquén, cuya remodelación debía estar lista por estos días, pero que por problemas con el contratista deberá prolongarse varios meses más.
Esto es lamentable desde todo punto de vista. Entre los directamente perjudicados, comerciantes y restauranteros de un punto clave para el turismo en Bogotá, muchos están al borde de la quiebra. Los residentes no aguantan más incomodidades. Basta un recorrido por la zona para constatar que los andenes y las vías que existían fueron demolidos y en lugar de unos nuevos, en varios puntos, ya no hay más que recebo.
Una vez más estamos ante un contratista, el consorcio RGH2021, incapaz de cumplir con sus compromisos y de sortear contingencias como los hallazgos arqueológicos. Cabe la pregunta de si la reacción del IDU pudo haber sido más pronta para detectar los retrasos una vez estos comenzaron a evidenciarse, e incluso si hicieron falta mejores estudios iniciales que permitieran prever la aparición de los restos. Las medidas sancionatorias, que incluyen una multa que supera los 7.000 millones de pesos, no parece hacer mella en el contratista. La decisión de terminar el contrato, ya tomada, deja a todos los involucrados en una situación de pierde pierde.
Ojalá que de esta experiencia, una obra en la que se han invertido más de 44.000 millones de pesos de los contribuyentes, se extraigan lecciones en materia de contratación y ejecución de obras de infraestructura. No puede ser que, a la sombra de la polisombra, se siga cultivando una profunda desconfianza de la gente hacia lo público.