La palabra 'ciclorruta' se dio a conocer en la década de los 90, cuando la istración de entonces (Peñalosa) la popularizó en Bogotá al abrirle paso a una red de espacios exclusivos para la bicicleta, en aras de masificar su uso y garantizar la seguridad de los ciclistas. De forma inmediata, otras ciudades se apropiaron del concepto y el espacio público sumó un nuevo actor.
Bogotá se convirtió en el símbolo de la ciclorruta, así como en los 70 lo hicieron los Países Bajos. Hoy son más de 600 kilómetros de vías, distribuidas en andenes, plazoletas, avenidas y parques. Todas las grandes avenidas actualmente en construcción incluyen carriles exclusivos para la bici, una buena noticia que se traduce en un millón de viajes diarios a través de este medio de transporte.
De esta manera, no solo se creó una nueva cultura ciudadana alrededor de la movilidad, sino que se aportó enormemente a la eficiencia, sostenibilidad y productividad de las áreas urbanas densamente pobladas. Contar con carriles especiales hizo que el espacio resultara atractivo para otros actores. Pronto, por las ciclorrutas comenzaron a desfilar bicitaxis con motor, infortunadamente. También las patinetas, los patinadores, vehículos con propulsión eléctrica, las ruidosas bicicletas con motor, los peatones y hasta los recicladores.
Recientemente estalló en redes sociales una polémica en torno a este tema. Particularmente por incidentes que se han presentado –y que cada vez son más frecuentes– entre ciclistas y peatones o atletas que ven en la ciclorruta un espacio para su actividad física. Y el debate quedó planteado: ¿es posible compartir la ciclorruta? ¿Es un espacio reservado solo para s de la bici? ¿Es dable la convivencia entre todos?
Conceptos como velocidad, tipo de vehículo, tamaño, peso y potencia son fundamentales a la hora de generar convivencia vial.
Lo primero que hay que decir es que, si bien la ciclorruta simboliza un espacio amable y seguro, no es para todo el mundo. Apegados a la norma, este tipo de exclusividad es para la bicicleta; los andenes, para el peatón, y la calle, para los carros. Esto debería zanjar cualquier discusión. Entre otras razones, porque prima la seguridad y claramente en la ciclorruta el más vulnerable es el peatón o los llamados runners.
Dicho esto, cabe señalar que Bogotá y otras ciudades se han quedado cortas a la hora de legislar sobre un asunto relevante: la micromovilidad. Con nuevos actores en la ciclorruta, conceptos como velocidad, tipo de vehículo, tamaño, peso, potencia de propulsión y otros resultan fundamentales a la hora de generar convivencia en este tipo de espacios.
Conocedores de la materia están llamando la atención para que aquello que surgió como una iniciativa que transformó en buena medida el concepto de urbanismo en las ciudades no se eche a perder por falta de normas que consulten la realidad y llamen a la tolerancia.
Hoy es claro que bicitaxis y bicicletas con motor, patinetas y otro tipo de vehículos que excedan los 25 km/h no pueden circular por los carriles exclusivos. Y que es urgente abrir espacios de diálogo con quienes quieren hacer deporte porque también merecen un lugar. Por lo pronto, los atletas deben comprender que existen alternativas como parques, andenes, plazoletas y escenarios deportivos donde su actividad resulta más segura.