La solicitud de extradición de un hincha colombiano a territorio chileno para que responda por el asesinato de otro hincha de ese país marca un precedente importante que bien puede contribuir a que delitos de esta índole no pasen desapercibidos ni queden impunes.
Los hechos ocurrieron tras un encuentro entre Millonarios, de Colombia, y Palestino, de Chile, en la ciudad de La Serena y en el marco de la Copa Libertadores de América, el año pasado. En una estación de transporte público se produjo un incidente entre aficionados que terminó en el asesinato de Luis Alberto Cosio. A partir de entonces, se activaron las alertas para que los responsables fueran ubicados y judicializados.
En efecto, hace pocos días, en la localidad Rafael Uribe Uribe, de Bogotá, la policía capturó a Marlon Garzón, sindicado de ser el autor o uno de los autores del asesinato. Otras cinco personas estarían involucradas en los hechos, según las autoridades.
El trabajo entre instituciones policiales de ambos países hizo posible la aprehensión del presunto responsable. Y de inmediato las autoridades chilenas solicitaron su entrega, comoquiera que Garzón aparecía con circular roja de la Interpol.
Lo sucedido es parte de la triste galería de tragedias que deja el mal concebido fanatismo por un equipo de fútbol. Y, como ha quedado registrado, las acciones violentas de algunos hinchas no reconocen límites. Ya había ocurrido un episodio similar cuando un fanático antioqueño fue extraditado a Argentina por hechos similares.
Corresponde ahora a las autoridades actuar con contundencia. Los desmanes protagonizados por cualquier barra brava, ya sea dentro o fuera del país, deben ser sancionados con todo el peso de la ley, y se debe llevar el mensaje claro de que comportamientos de este tenor no son tolerables. La cooperación judicial, como en este caso, es clave para evitar que delitos de este tipo sigan trascendiendo fronteras.