La conferencia de las Naciones Unidas sobre biodiversidad (COP16) constituye una excepcional oportunidad para avanzar en la conservación y uso sostenible de la biodiversidad, en momentos en que la humanidad se encuentra perentoriamente obligada a asumir la causa del cuidado de la tierra como clave de salvación o de desastre.
En junio de 2015 fue hecha pública la encíclica Laudato Si en la que el papa Francisco hizo un llamado vehemente por el cuidado de lo que ya se ha dado en llamar la Casa Común. Y aunque la naturaleza de las encíclicas tiene como destinatarios a los obispos del mundo, fue claro que en esa ocasión se trataba de una interpelación al conjunto de la humanidad, incluyendo a quienes profesan otras creencias diferentes a la católica.
Este llamado sigue vigente, a propósito de los desafíos actuales, como los que están siendo considerados en el marco de la COP16, sobre el tema específico de la biodiversidad.
Laudato Si, o en español "Alabado seas mi señor" (bueno es recordarlo), toma su nombre de la frase con la que inicia San Francisco de Asís su Cántico a las Criaturas y coloca en su centro la preocupación por el cuidado de la naturaleza y de la propia humanidad, como parte de la relación entre Dios, los seres humanos y la tierra.
Para el mundo católico, este interés particular por las personas y el medio ambiente tiene sus raíces en las sagradas escrituras (la Biblia), y en el ideario con el que a lo largo de muchos años se ha estado construyendo la historia del pensamiento católico, de forma muy especial, en relación con su doctrina social.
Proteger la naturaleza y enfrentar el cambio climático están estrechamente vinculados con la tarea de ayudar a las personas en condición de pobreza.
Ya anterior al Papa Francisco, en su encíclica Centesimus Annus de 1991, Juan Pablo II llamaba a la necesidad de la cooperación entre los seres humanos y Dios para "promover el florecimiento correctamente ordenado del medio ambiente”. Y anticipó también la idea de una “ecología integral", que Laudato Si tiene el mérito, entre muchos otros, de colocarla en términos de una conexión inseparable entre "ecología natural" y "ecología humana", que no es nada distinto al estrecho vínculo entre las cuestiones sociales y los desafíos medioambientales.
Es así como en esas 184 páginas que constituyen la encíclica Laudato Si se nos recuerda que la tierra es un don de Dios, en donde los frutos de la tierra pertenecen a todos, al tiempo que llama la atención sobre que los esfuerzos para proteger la naturaleza y enfrentar el cambio climático están estrechamente vinculados con la tarea de ayudar a las personas en condición de pobreza, lo cual no debe ser asumido como un esfuerzo separado, sino como un propósito común.
Las amenazas a las que nos enfrentamos los seres humanos y el medio ambiente, incluyendo su biodiversidad, ya no son anuncios apocalípticos sino la dura realidad de los tiempos presentes. No obstante, siempre hay espacio para la esperanza y la acción como sucede a propósito de la COP16.
Como afirma la encíclica, "no todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, más allá de todos los condicionamientos mentales y sociales".
Laudato Si tiene la bondad de aportar a la visión del planeta como una casa común, incorporando un enfoque integral de la ecología y la sostenibilidad ambiental, con un llamado a la "conversión ecológica".
Y nos ha mostrado una opción de cambio hacia un mundo deseable, posible y sustentable siguiendo las enseñanzas del Evangelio de Jesús, fuente de inspiración espiritual y humana para católicos y no católicos, incluso no creyentes.