En el foro ‘Retos de la descentralización’, realizado por la Contraloría General el 22 de mayo en la Universidad Católica de Bogotá, el Presidente dijo haberse equivocado al nombrar como ministros de Educación a Alejandro Gaviria y a Aurora Vergara, según él, por no haber cumplido con la visión que tenía proyectada. Dijo textualmente: “Es que si nosotros no creamos el cerebro colectivo, no tenemos nación. La política hecha durante décadas de financiar la universidad privada, con el respeto que esta universidad y el profe y el rector, no es buena, no es buena. Los datos que tenemos hasta la fecha. Y eso que nos ha faltado audacia porque puse unos ministros de Educación malos. Me equivoqué”.
Como es usual, no todo se entiende bien, porque su falta de rigor le hace pensar que la improvisación es una cualidad o, tal vez, una manifestación de genialidad, frente a la anticuada costumbre de mandatarios que escriben y leen sus discursos para que ninguna palabra sea distorsionada en las transcripciones o por vanidad, para tener un archivo completo de un pensamiento político coherente susceptible de ser publicado para las generaciones venideras. Pues bien, ahora anda con lo del cerebro colectivo, que sería interesante si él no se hiciera cargo de atizar una guerra de neuronas en cuanta ocasión se le atraviesa.
Se equivoca al afirmar que durante décadas el Estado ha financiado la universidad privada. Ha correspondido a las familias –en su mayoría de recursos escasos– hacer esfuerzos económicos enormes para asegurar educación superior a sus hijos, y el crédito que se ha ofrecido a través de Icetex lo han tenido que pagar con sus ingresos, así como muchas de las actividades de investigación y proyección a la comunidad, indispensables para las licencias y acreditaciones. Claro que son imperdonables la insuficiencia de la oferta pública a lo largo de décadas y el mal manejo de muchos de estos recursos a lo largo del tiempo. Pero creer que es mejor que los jóvenes no vayan a la universidad hasta que no haya los 500.000 cupos que prometió en universidades inexistentes merecería un calificativo que prefiero omitir.
Claro que son imperdonables la insuficiencia de la oferta pública a lo largo de décadas y el mal manejo de muchos de estos recursos a lo largo del tiempo.
Sorprende que, a juicio del Presidente, haber tenido ministros preparados haya sido su gran error: ¿mejor ignorantes en este ministerio? Lo que suele ocurrir es que la gente preparada distingue la fantasía de la realidad, y esta se construye con recursos materiales, mucho conocimiento y una disciplina que no suele coincidir con los discursos entonados al calor de las multitudes. La visión del Presidente no tenía recursos, conocimiento ni disciplina. Y eso se le hizo saber desde todas las orillas, incluyendo las universidades públicas, que hoy declaran un déficit acumulado de $ 19 billones sin incrementar su cobertura. Sería bueno saber si se reunía con sus ministros para que no actuaran como rueda suelta. ¿No era él su jefe? Es evidente que no ha podido armar ni el pequeño cerebro colectivo bajo su mando.
También se lamentó de que la Universidad Nacional sea elitista, en vez de albergar especialmente a los estudiantes más pobres, pero olvida o ignora mencionar que lo que hace excepcionales a las buenas universidades públicas es la gran diversidad cultural y económica de su comunidad: ahí radican su carácter verdaderamente democrático y su capacidad de generar condiciones para el conocimiento y el progreso colectivo. Y claro que es elitista, pues se entra por mérito académico y se culmina gracias al esfuerzo personal y a las condiciones previas que se adquieren en la educación básica. Si la que reciben los más pobres, a cargo del Estado, es de mala calidad, menos jóvenes de escasos recursos podrán acceder al privilegio de estar en universidades como la Nacional. Y esto se les olvidó desde el principio.
Si le hubieran explicado estas cosas al candidato, tal vez no se hubiera equivocado tanto como presidente.