La escena del golpe de Brigitte Macron a su marido, que lleva dándole la vuelta al mundo desde que ocurrió hace dos días, se ve mucho mejor en cámara lenta, que es como la transmiten los medios y portales más perversos y noveleros, los mejores, los que recrean con sevicia y fruición eso que vimos todos y desde entonces no hemos podido parar de verlo: la puerta del avión presidencial de Francia que se abre y ella, con gran vehemencia, le lanza la mano.
No es una cachetada, no, porque en ese caso sería un movimiento horizontal y seco, de un lado para el otro. En cambio lo que uno ve, cuadro por cuadro, es al piloto que abre la puerta mientras dos funcionarios aeroportuarios esperan en la parte de arriba de la escalera para empezar el recibimiento del presidente de la República sa. Él no se da cuenta porque está hablando muy serio con ella, que le tira la mano y le empuja la cara.
Es cuando el pobre Macron queda de frente a la puerta abierta de par en par; trata de fingir tranquilidad y una sonrisa juvenil y festiva, como diciendo "aquí no ha pasado nada", y saluda con la mano mientras se coge de uno de los asientos del avión para no perder la compostura, pero es evidente que se siente perdido y humillado, en una situación quizás indigna de su cargo y de su imagen de hombre poderoso.
Lo que sí sé, sin saber nada, para eso tendremos que esperar el libro del piloto o alguna de las tripulantes dentro de tres años, es que se trata de una clásica pelea matrimonial grado tres, digamos, en la que él ha propiciado una iniciativa con la que ella no está en absoluto de acuerdo y sin embargo lo ha acompañado todo el tiempo, entre otras cosas para hacerle saber su disgusto cada que pueda y para obligarlo a convencerla de que finja que todo está bien.
Esa es la conversación que uno intuye en ese momento del avión, porque es evidente que él durmió de un lado y ella del otro, hasta cuando aterrizan y él va a buscarla y le dice, me imagino, que es un viaje corto y que haga como si nada, que es cuando ella le manda el manotón y él alcanza a echarse para atrás pero no lo suficiente, su reflejo no es rápido, y le da ese golpe ya histórico que deja al Presidente de Francia parado frente al mundo como un santón.
A mí ese amor me parece ejemplar y irable, uno de los más bellos en este mundo superficial y ruin.
Ahora: tampoco es nada excepcional ni escandaloso, y no estoy minimizando en absoluto la violencia intrafamiliar. Pero esa es una de las situaciones más incómodas y universales e inmanejables que pueda haber: la de la confrontación marital o de pareja que ocurre en público, mientras una de las partes hace todo para proyectar la idea piadosa, la mentira, de que no está ocurriendo nada y que de hecho nunca había sido más feliz ese amor.
Pero los gestos no mienten, como en el descenso por la escalerilla del avión presidencial después de la escena del golpe y el intento vano de su víctima por fingir que todo es con cariño. No: ella lo quiere matar y si pudiera le seguía dando delante de todos allí, pero actúa con resignación republicana y no le acepta el brazo a su marido, que cada segundo que pasa está más desencajado y sonriente, con esa sonrisa triste y nerviosa de todo marido regañado.
¿Cuánto llevan de casados Emmanuel y Brigitte Macron? Casi veinte años, pero además ella le lleva veinticinco, algo que siempre debió de ser maravilloso hasta ahora, cuando él tiene cuarenta y siete y ella tiene setenta y dos, lo que alguna vez llevó a Silvio Berlusconi, en una reunión del G7, a decir que todos los jefes de Estado allí eran muy buenos, pero que el mejor era sin duda Macron porque siempre llegaba acompañado por su abuelita.
A mí ese amor me parece ejemplar y irable, uno de los más bellos en este mundo superficial y ruin. Tienen sus peleas, sí, pero cómo será la reconciliación.