Mucho más que escribir una historia, o armar una trama, Andrés Newman dice que “contar un cuento es saber guardar un secreto”. Jon Fosse genera en el lector una sensación de hermosa extrañeza a partir del desafío de darle forma a lo indecible y palabras al silencio.
La mejor literatura trata de acercarse a la música, algo que tienen en común los grandes escritores, de Homero a Shakespeare, de Clarice Lispector a García Márquez. En ese sentido podría decirse que, más que escribir, ‘componen’ literatura.
“Lo más comprensible de un lenguaje no es la palabra misma, sino el tono, la intensidad, la modulación, el tempo con que se dice una serie de palabras; en suma, la música que está detrás de las palabras”, decía Nietzsche. Truman Capote decía que “el mayor placer de escribir no es lo que se escribe, sino la música interior que crean las palabras”. Orwell a los 16 años descubre “la felicidad en las meras palabras”, su sonido.
Hoy en día, los artistas están siendo reemplazados por ‘creadores de contenido’, y la literatura, por información. “Internet es una historia, contada por un idiota, llena de ruido y furia”, dice Olga Tokarczuk. La corrección política, en su furor purista, muchas veces se limita a la repetición de simples consignas y fórmulas que pueden coartar la libertad creativa y la imaginación. La falta de riesgo en aras de hacer contenidos accesibles y fáciles de digerir suele terminar en un sucedáneo burócrata y condescendiente del arte, o en productos burdamente comerciales diseñados para la masividad, la obsolescencia y el olvido.
El arte no es un discurso, ni su función es dar mensajes o suministrar información. Se manifiesta a través de formas o significantes. El verdadero arte nos pone nerviosos, como dice Susan Sontag en su libro Contra la interpretación; no genera complacencia, sino que conmociona; al reducir la obra a su “contenido” para luego interpretarlo, domesticamos la obra de arte, la despojamos del misterio, reduciéndola a artículo de uso.
Yuval Noah Harari dice: “Compartimos el planeta con entes que son mejores que nosotros para crear historias”. La IA es sin duda mejor para procesar la data o armar tramas intrincadas, pero carece de espíritu, de piel, de eros. Ni estas máquinas ni los ‘creadores de contenido’ son capaces de sentir el misterio, el silencio, o la música de las palabras.