En estos momentos de la humanidad, cuando vemos las tragedias que está ocasionando el cambio climático; cuando el país lamenta el drama del archipiélago de San Andrés y Providencia o las decenas de víctimas del invierno, ver el crimen ecológico de la deforestación sin Dios ni ley causa sentimientos de impotencia, rabia y tristeza.
Y es que aun después de lo vivido y lo sufrido, no se entiende que haya personas que por lucrarse de un negocio ilegal sigan derribando selvas, como se ha venido haciendo en Barbacoas, Nariño, en la reserva El Pangán, con las selvas del chanul, un majestuoso árbol que nació con el pecado original de ser una de las más duras y útiles maderas y, por tanto, codiciadas y costosas. Pero por eso mismo, según el Libro rojo de especies maderables, está en peligro de extinción.
El chanul no está solo. Su voz es la de la Fundación ProAves, que lo defiende porque, además, es el hábitat de unas 360 especies de aves, víctimas directas de las motosierras, que no dejan de sonar desde el 2018. Pero esas máquinas no parecían ser escuchadas por las autoridades. Los forasteros, según Álex Cortés, director de Conservación de Pro-Aves, ya han talado unas 450 hectáreas.
Ellos han denunciado ante la Corporación Autónoma Regional de Nariño (Corponariño), la Fiscalía, el Ministerio de Ambiente, la Procuraduría y la Policía. Por ese acto de responsabilidad civil han recibido amenazas. Es por lo menos inquietante que, como lo cuenta una nota de la sección Medioambiente de este diario el lunes pasado, la tala ocurra cerca de una estación de policía, frente a la cual pasa el camión de la madera rumbo a Tumaco. ¿No pueden ellos hacer nada?
Pero hay una luz esperanzadora. La Corporación Autónoma Regional de Nariño impuso medida preventiva de suspensión inmediata de actividades a Henry Olmedo García. Ese es el camino, y debe proseguirse hasta que haya plena tranquilidad. Se trata de una reserva que debe estar libre de todo atentado ambiental.
EDITORIAL