Vale la pena recordar que el ya tradicional festival gastronómico Alimentarte, que este año llega a su edición número dieciocho, no ha sido una galería de platos sofisticados para unos cuantos nada más, sino un evento con vocación solidaria ideado por las preocupaciones sociales de la Fundación Corazón Verde. Vale la pena recordarlo, además, porque este 2020 –en el que el festival se ha visto obligado a trasladarse del parque El Virrey al mundo digital, que ha sido el refugio de tantos profesionales– también se trata de celebrar la biodiversidad y de acompañar a los estupendos chefs colombianos en uno de los momentos más duros de sus vidas.
En ediciones anteriores, los restaurantes se sumaron al plan de Alimentarte con la esperanza de ayudarles a las viudas y a los huérfanos de los policías víctimas del alargado conflicto colombiano, pero esta vez, dadas las circunstancias, también con la esperanza de seguir existiendo. Lugares emblemáticos han cerrado en estos últimos meses, pero, como ha estado diciendo Cristina Botero, la directora ejecutiva de la Fundación Corazón Verde, si algo ha sobrevivido a los embates económicos del virus, han sido la pasión y la necesidad de la buena cocina, y es justo que Alimentarte este año también sea una celebración de lo que construyeron y siguen construyendo los restaurantes de estas últimas décadas: sesenta participaron esta vez.
Teniendo en cuenta las limitaciones de estos días, se ha sumado a la valerosa e importante edición de este año, que va hasta el domingo 23 de agosto, la aplicación que ha tenido que redoblar esfuerzos desde la primera cuarentena: Rappi. El resultado ha sido una serie de menús renovados, de platos pensados especialmente para el festival, de chefs reivindicados luego del revés que ha significado el cierre de sus cocinas, de comensales que han entendido el compromiso de estos negocios con la calidad. Y un símbolo del empeño de salir adelante de toda una generación que recobró y renovó la gastronomía del país.
EDITORIAL