Es la expresión política más afín a la revolución tecnológica que marca nuestros tiempos. Y representa quizá el mayor desafío para la democracia: el "populismo digital".
Las plataformas son variadas, y el terreno cambia a ritmos extraordinarios. Pero desde la publicación del primer tuit en 2006, el "crecimiento exponencial" de Twitter (hoy X) transformó el debate político en formas inimaginables. Los "medios tradicionales" van a la zaga. Su función parece limitada a reproducir y hacerles eco ruidoso a los mensajes divulgados en las redes sociales.
Algunos estudiosos de la política hacen esfuerzos por ponerse al día. Ello exige diferentes herramientas y perspectivas que las hasta ahora dominantes en la ciencia política. Es difícil, cuando no imposible, entender el populismo del siglo XXI sin tener en cuenta el impacto de las redes sociales en el mundo contemporáneo.
Un reciente manual para investigadores del tema, editado por Yannis Stavrakakis y Giorgos Katsambekis (Research Handbook on Populism: Elgar Publishing, 2024), incluye un capítulo sobre "populismo digital" de suma relevancia, escrito por el profesor Paolo Gerbaudo.
Su punto de partida es una simple observación: el surgimiento global del populismo en el nuevo siglo se "desarrolló en paralelo con una de las fases más trascendentales de la innovación tecnológica en la historia moderna".
¿Cómo abordar entonces las relaciones entre el populismo y las redes sociales?
Lejos de comunidades horizontales, es claro que el populismo establece una jerarquía de individuos que gira alrededor del líder. Sin mencionar a puñados de individuos que controlan las plataformas sociales.
Gerbaudo identifica dos enfoques. El primero interpreta las redes sociales como un "megáfono del populismo", el medio preferido (a veces el único) utilizado por los populistas para comunicar sus mensajes. El segundo ve una relación mucho más estrecha entre ambos, de cierta manera estructural: el populismo del siglo XXI sería un reflejo de los profundos cambios sociales que han seguido a la revolución tecnológica.
No se trata solo de la masiva utilización de las redes sociales –por más de la mitad de la población mundial; los estadounidenses pasan "seis horas diarias en medios digitales"–. Estamos frente a nuevas e inéditas formas de organización social que condicionan nuevas lógicas de movilización política.
La era digital, observa Gerbaudo, "favorece la individualización". En el mundo "globalizado" de nuestros días, los individuos se habrían convertido "en las unidades básicas de organización social". Pero no están aislados. Por el contrario, se encuentran conectados con "centenares" y millares de otros individuos en redes que proliferan en dimensiones extraordinarias.
Estaríamos así frente a la aparente paradoja de una atomización social conectada por las redes sociales que condiciona una especie de "convergencia comunitaria": el populismo digital.
La naturaleza de dicho "populismo digital" y el papel de los individuos en las "comunidades políticas" que surgen de tales circunstancias merecen mayores reflexiones. Lejos de comunidades horizontales, es claro que el populismo establece una jerarquía de individuos que gira alrededor del líder. Sin mencionar a puñados de individuos que controlan las plataformas sociales.
Hoy, los protagonistas notables de la política mundial no son los partidos, ni las organizaciones de la sociedad civil, ni las redes digitales ni las instituciones multilaterales. Nunca antes en tiempos de la democracia moderna nuestros destinos han parecido tan atados a la voluntad de unos cuantos individuos.
Es una ilusión pensar que la revolución tecnológica ha propiciado mejores condiciones para los desarrollos democráticos. Tal vez hacia el largo plazo. Por el momento, sus desafíos para la democracia son enormes.