Drunk, o Druk (borracho, en su idioma original), presentada como Another Round en versión angloparlante, u Otra ronda para los países hispanoamericanos, recibió la tan codiciada estatuilla dorada el pasado domingo 30 de abril. Vinterberg, previamente nominado como mejor director, fue derrotado por la china Chloé Zhao; también, su tan deseable última película había sido revelada al mundo en la selección oficial de Cannes 2020 y estuvo cerca del Globo de Oro. Ganadora en Londres (Bafta) y París (César), ha tenido otros reconocimientos: la mejor del año 2020 en los premios otorgados por Danish Films y la Sociedad del Cine Europeo; sin contar con los aplausos a su actor favorito, Mads Mikkelsen.
Acérrimo defensor del retorno al realismo cinematográfico y firmante del efímero movimiento dogmático, cuyo decálogo cerró el siglo XX y sus postulados le dieron la vuelta al mundo, Thomas Vinterberg (1969) nació en Copenhague, al igual que otros cuatro grandes autores clásicos y contemporáneos de las introspectivas pantallas danesas: el trascendental maestro Carl Theodor Dreyer (1889-1968), el perturbador autor por excelencia Lars von Trier (1956), la realizadora Susanne Bier (1960), quien obtuvo el primer Óscar para su país, y el alternativo trotamundos Nicolas Winding Refn (1970).
Hijo de un crítico de cine y criado en una comunidad hippie, a los 19 años fue itido en la Academia del Cine Danés; ganó en Múnich y Tel Aviv, gracias a su cortometraje estudiantil visionariamente titulado Last Round. Causó estupor nacional cuando itió en una ceremonia estadounidense que… “Dinamarca es pequeña, provinciana y mediocre”. Aunque no hayamos visto la tan acariciada Druk, sí sabemos que se trata de un audaz experimento efectuado por cuatro profesores de secundaria en torno al consumo diario de alcohol, lo que conlleva a mejores tratos sociales e inesperados rendimientos profesionales. A partir de la hipótesis científica de un cierto nivel alcohólico requerido por el organismo para desinhibir el espíritu, olvidar problemas cotidianos y gozarse el momento.
Su ópera prima: Celebración (Festen, 1998), el Dogma n.° 1 de un movimiento intimista en defensa de cierto realismo depurado, que penetra sobre los individuos en conflictos tanto morales como emocionales —ese cine en el que los sentimientos colectivos se hayan degradado a situaciones instintivas casi animales—. En particular: sentimientos ambiguos y ocultos, con el ojo escrutador de una cámara que desborda las intimidades de comensales abochornados en un banquete familiar de perfiles destructivos. Entre sus méritos: hilo conductor del evento extraído de algún álbum familiar, nerviosa fotografía en video sin perder detalles de sus personajes y matices oscuros e imprevisibles no fáciles de descifrar. El método sicoterapéutico se acopló a las técnicas de representación escénica en donde las crisis personales salían a relucir y cada uno de los asistentes se involucraba de alguna manera.
Su reafirmación: Submarino (2010). Drama humano arraigado en sitios sórdidos y deprimidos cubiertos por cielos grises, rastros de nieve y atmósferas frías. Lucha bajo superficie de dos hermanos autodestructivos marcados por el abandono de la sociedad y azotados por una tragedia familiar del pasado. Copenhague, con las heridas de la infancia que aún no se habían cerrado, mostraba un desolador cuadro familiar: hijos abandonados propensos a la drogadicción, madre borracha y promiscua, padres sustitutos e irresponsables.
Su pieza maestra: La cacería (The Hunt, 2012). Cuando se echan a rodar mentiras inocentes, o suposiciones falsas y engañosas, algunos ciudadanos del común actúan con intolerancia y asumen la justicia por mano propia. Al infundir odio entre las personas, la calumnia crece con notoriedad sin superar los malentendidos entre vecinos disociadores. Acusar por simple intuición y no medir las consecuencias de comentarios desacertados puede generar una cacería, y más todavía si proviene de la imaginación infantil tutelada por los adultos. Mientras que una niñita fantasea con morbosidades y quiebra la paz de un pueblo de cazadores, Mads Mikkelsen despliega niveles razonables de emocionalidad.
Un paréntesis: Alerta submarina (Kursk, Bélgica-Luxemburgo-Reino Unido, 2018). Desastre seguido por el rechazo de ayuda internacional para el rescate de un centenar de marineros atrapados en el fondo del mar de Barents e insólita negligencia del Gobierno ruso para no afectar su orgullo nacional. Finalmente, la Flota del Norte se movilizó en su ayuda, las familias sufrieron el desprecio de las autoridades gubernamentales, la banda de marineros veteranos quedó absolutamente incomunicada y el pánico se apoderó del mundo entero por cuanto en su interior había decenas de misiles.
El muy irado Vinterberg, quien aún no puede recuperarse del accidente fatal sufrido por su hija adolescente, siendo una tragedia familiar de dimensiones humanas cuya revelación conmovió a millones de televidentes en la noche presencial de gala desde Los Ángeles, rescató del olvido la novela victoriana de época escrita por el naturalista inglés Thomas Hardy (Lejos del mundanal ruido, 2015) y contó el frágil equilibrio de la tolerancia social, en La comuna (2015). Ahora, nos queda la esperanza de compartir pronto y hasta las últimas consecuencias una borrachera grupal puesta en escena por tan inquietante autor escandinavo.
Mauricio Laurens
Cine al Ojo