Hace siete años escribía sobre un viejito que lloraba inconsolable, pues no podía darles colegio ni ropa a sus hijos, no tenía vestidos ni zapatos. Cuando un vecino le aconsejó vender el pedazo de oro enterrado en el jardín, su reacción fue recia y contundente: “¡De ninguna manera!, si me deshago del oro seré pobre”.
Colombia es ese viejito que pasa apuros para sobrevivir, inundado de cuentas por pagar y con promesas constitucionales que no puede cumplir plenamente. No alcanza para los subsidios de los servicios básicos y enfrenta afugias diarias que lo ponen a rebuscar dinero donde parece no haber. De acuerdo con el Comité Autónomo de la Regla Fiscal, el déficit de 2024 superó los $ 20 billones debido al menor recaudo tributario, y se requiere un ajuste billonario al presupuesto de este año para cumplir con la regla fiscal.
Pero al igual que el pobre señor de la fábula, estamos con una riqueza inmensa enterrada que nos negamos a aprovechar. Si este país tomara la decisión política y social de explorar las regiones energéticas y de producir el gas y petróleo formado por restos de plancton microscópico marítimo hace millones de años de forma natural —porque la tierra nos hizo y nos dio lo necesario para vivir, en eso tienen razón los ambientalistas—, dejaríamos de ser tan pobres y tendríamos los recursos para proteger de mejor forma nuestra biodiversidad, bosques y fuentes de agua.
Si decidimos desarrollar nuestras reservas de hidrocarburos, aumentarían los ingresos de la Nación, que hoy son del 12 por ciento, las regalías para los bienios superarían fácilmente los 17 billones actuales y recibiríamos mucho más que los 15.000 millones de dólares actuales por exportaciones. Las regiones productoras incrementarían el presupuesto social y, por concepto de impuestos y dividendos, la Nación contaría con más dinero. Según analistas de la industria, se estima que en los yacimientos más profundos hay hidrocarburos que generarían 40 billones más para el país, equivalente a cuatro o cinco reformas tributarias.
Por ejemplo, en las cuencas del Valle Medio del Magdalena y Cesar-Ranchería se ha identificado un potencial de aproximadamente 10 terapiés cúbicos de gas y hasta 7.000 millones de barriles de petróleo. Los yacimientos que se encuentran a más de 1.000 metros del subsuelo podrían multiplicar por cuatro las reservas de gas natural y por tres las de petróleo. En cuanto a lo que tenemos guardado en el mar Caribe, se cree que tendríamos más de 70 terapiés cúbicos de reservas de gas para abastecer a hogares, vehículos e industrias.
Claro, los recursos no generan riqueza por sí solos y necesitan de instituciones sólidas y transparentes que garanticen el manejo adecuado de los contratos y determinen el buen uso de las rentas en las regiones. Guillermo Perry y Mauricio Olivera hicieron un estudio hace
varios años comparando la realidad institucional de Noruega y Nigeria, dos países con abundante petróleo, pero con diferencias en ingreso per cápita debido a, en el caso del país africano, instituciones menos fuertes y modernas que carecían de reglas para adaptar el país fácilmente a las coyunturas internacionales.
Bien lo decía el presidente Julio César Turbay en su discurso ante la Sociedad de Ingenieros de Santander en octubre de 1976 queriendo explicar su plan para enfrentar la “deprimida exploración petrolera” y el consumo creciente de energéticos. “Aun en medio de las dificultades podemos buscar soluciones que nos permitan beneficiarnos con el menor esfuerzo económico de lo que es nuestro y de lo que tenemos que defender con serena fortaleza, pero al propio tiempo con estratégica flexibilidad”.
El país necesita aprovechar la riqueza del subsuelo para enfrentar la pobreza monetaria y energética. Lo más paradójico es que en un país con tanta energía, aún hay cerca de cinco millones de colombianos que cocinan con leña y con carbón a falta de una opción más saludable y eficiente, no siendo una desgracia exclusiva de las zonas rurales, pues en zonas intermedias, el 14 por ciento de los hogares presentan la misma realidad. Tampoco es un problema solo de familias pobres, pues el 17 por ciento de las personas vulnerables (con alto riesgo de caer en la pobreza) también tienen este tipo de privación energética. Y si hablamos de energía eléctrica, son más de 400.000 hogares, especialmente en Vichada, Guainía, Putumayo, Chocó y La Guajira, a los que no les hemos llevado soluciones por la lejanía de las poblaciones y su dificultad geográfica.
Es necesario que se tomen las decisiones para definir qué hacer con la riqueza que tenemos enterrada. Seguiremos por muchos años tratando de suplir las obligaciones del Estado y cada día se suman más bocas para alimentar; el crecimiento demográfico y las migraciones redefinen las prioridades y les ponen presión a los sistemas sociales, incluido el energético.
Incluso la transición a energéticos más limpios, que es inevitable en el futuro, y las comunidades energéticas que son buenas ideas abanderadas por este gobierno también se podrían financiar y fortalecer con los hidrocarburos atrapados bajo tierra, y así llegar a más familias beneficiadas con el programa y usar el potencial colombiano en fuentes renovables. No se trata de cerrar los ojos hacia las soluciones tecnológicas que hoy el mundo está explorando, todo está en aprovechar lo que poseemos para avanzar, encontrar soluciones para los colombianos que hoy viven en la pobreza y definir las acciones para los retos que enfrentaremos en el futuro. El cambio climático es global, pero cada nación debe responder de formas diferentes, especialmente los países en vías de desarrollo.
A un par de kilómetros de profundidad, Colombia tiene un tesoro que les podría cambiar la vida a millones de personas, dar colegio, salud y zapatos a los hijos de personas como las del viejito de la historia que por terquedad y ceguera se quedó en la ruina teniendo el oro enterrado en su patio trasero.
ALEJANDRO RIVEROS