A primera vista pensé que la inteligencia artificial había tomado imágenes de la precandidata Vicky Dávila y les había insuflado su voz para vender –en tono de burla– una de esas pirámides financieras que han ilusionado a tantos colombianos: en este caso anunciaba el pago de un millón de pesos por bebé como medida para detener la caída de los nacimientos en Colombia, pero ese era solo el comienzo.
“Todos los niños del futuro pueden ser dueños y pensarán como capitalistas. Con el efecto de interés compuesto, tendrán ahorros por cientos de millones de pesos en el futuro. Podrán chequear en sus teléfonos cuánto va creciendo su ahorro”, decía la que yo seguía considerando una “Vicky Fake”, al ver aquella convicción inverosímil con la que pregonaba su interés (compuesto) en la infancia.
Sin embargo, al mirar su cuenta de X, no solo constaté que aquella era una Vicky real, sino que su “apuesta” –para usar sus propias palabras– era presentada como una especie de revelación. “Ojo a esto: en el Congreso de Estados Unidos están proponiendo darle a cada niño que nazca 1.000 dólares que podrían tener rendimientos importantes, y sus padres podrían aportar hasta 5.000 dólares al año para que su hijo tenga asegurado un ahorro que puede usar después de los 18 años (sic).
“Sería ideal aplicar esa idea en Colombia con nuestras tarifas y posibilidades. Voy a refinarla, pero me parece brillante”, anunciaba, con ese lenguaje entre populista y financiero coloquial que usan ahora muchos candidatos (y mandatarios), y que va revolviendo promesas, subsidios, estadísticas, ideología y frases hechas, entre una supuesta facilidad de expresión.
“Estuve viendo unas cifras del Banco Popular y quedé muy preocupada”, dijo Dávila, en alusión al descenso de los nacimientos. A mí también me preocupó que tomara datos demográficos de un banco, en vez de referirse a las estadísticas especializadas disponibles en Colombia, lo mismo que su ligereza al citarlas, sin hacer una sola pregunta acerca de sus causas, ni una mención a las mujeres ni a su capacidad de decisión, y sin tener en cuenta las diferencias entre norte y sur –global o local–.
¿A qué mujeres, y de qué poblaciones, apela su política de incentivos engalanada con un millón de pesos/niño? ¿Qué familias tienen capacidad económica para ahorrar cinco millones anuales, deducibles de impuestos, en una cuenta que podría invertirse en acciones y entregarse al hijo cuando cumpla 18, según propone Dávila?
Todos sabemos, o deberíamos saber, que no es lo mismo hablar de incentivos a la reproducción en una ciudad del primer mundo o en el Catatumbo, y que el compromiso de los Estados es garantizar los derechos de los niños. En vez de recibir un millón de pesos al nacer para guardar en un banco, un niño necesita una inversión millonaria de esfuerzos y de recursos, pero no para “emprender… y generar una conciencia clara del ahorro” sino para que todas las dependencias del Estado garanticen su desarrollo integral (salud, educación, cultura, protección y saneamiento básico, entre otros aspectos).
Habría que explicarle a la señora Dávila que un niño o una niña, y una mujer y una familia, no son una mercancía y que ya está definida una ruta de atención integral a la infancia, obligatoria para todas las entidades del Estado que se ocupan de un ciudadano hasta que sea mayor de edad. Que un niño no es un portafolio financiero y que la decisión de hacer una familia va más allá de asignarle precio a un vientre. Y que hay nuevas formas de vínculo y cuidado, y que no solo hay violencia en usar la pobreza sino en subestimar (o pretender comprar) la inteligencia.
Pero ninguna de estas ideas sirve para ser tendencia en X, ni para ganar las elecciones.
YOLANDA REYES