Por casualidad coincidí en la celebración del cumpleaños 77 de Enrique Santos Calderón, que ofrecía opíparamente mi cuñado Esteban Jaramillo, director de la galería La Cometa, y su novia Johanna. Estaban también a manteles mi exdirector de EL TIEMPO Roberto Pombo y sus sendas esposas, Gina y Juana. Echamos a volar al pasado desde los años 60 con nuestros invaluables recordatorios. Por lo general habitados por valiosos amigos perdidos. Me señalaron que estaba muy reiterativo en mis columnas con el tema de la muerte, pero que lo estaba tratando muy bien.
Lloro por mis muertos recientes y suplico por mis enfermos actuales. Entre los primeros, por Antonio Frío, el pintor de Bolívares enruanados, uno de los cuales el presidente Petro exhibe orgulloso como regalo del artista que no alcanzó a verlo en Palacio; por Juan Domingo Guzmán, el editor solidario hasta el último hueso; ambos diseñaron y publicaron la edición de príncipe de lujo de La casa del ladrón desnudo, de María de las Estrellas, con carátula de Botero y nota de Gabo; por Juan Gustavo Cobo Borda, el poeta que con Mario Rivero y Darío Jaramillo Agudelo me concedió en 1980 el Premio Nacional de Poesía Oveja Negra, la editorial de García Márquez.
Y entre los enfermitos me informan que está en sus últimos momentos en el Simón Bolívar nuestro poeta de vanguardia de sombrero, poncho y alpargatas, Wadys Echeverri, padre de la adorable Lorena, con cáncer de codo; Dina Merlini, la bella poeta del nadaísmo, a quien escribí en el 60 los poema de El cuerpo de ella, en un hospital de Barranquilla porque en San Andrés no hubo el instrumental necesario.
Si la Maga lo exige, estoy dispuesto a desaparecer de la escena, aunque es casi imposible borrar una historia de 11 años de trabajo con la chiquilla, ampliamente divulgado en los medios en su momento.
Tengo también noticia de que se encuentra delicada de salud la Maga Atlanta, Leonor Carrasquilla, mujer principal en mi vida (de 1968 a 1981), a quien aplico el lema de André Breton de que “a quien he amado una vez amaré siempre”. A ella le debo el haberme enseñado a manejar el mundo desde la conciencia cuando el hippismo, y haber propiciado el que con su superdotada criatura María de las Estrellas hubiéramos logrado uno de los libros más bellos de la literatura infantil para adultos, La casa del ladrón desnudo, premio de novela en el Congreso Mundial de Literatura Mágica en 1975, luego de haber publicado ese mismo año, por parte de Ediciones Libro Abierto de la Universidad La Gran Colombia, El Mago en la mesa, su antología de los 4 a los 7. Es un libro a la altura de El principito. De los más bellos de la literatura infantil para adultos del mundo, según opinión de expertos. Mejor que toda mi obra. Un traductor francés en París, Boris Monneau, lleva años en la traducción de toda su obra, que publicaría, desde luego con la autorización y cobijo de derechos de autor de su madre. Con la seguridad de que será un éxito universal. También un editor nacional, Michel Benítez, está en la expectativa de hacer lo propio. Buscaré que se pongan en o a la brevedad.
Sé que la muerte de la niña en el accidente le rajó el corazón, como a mí. Fue mi amor más hermoso, sublime, sagrado, de pura veneración. La Maga y María fueron los primeros dones que me otorgaron los Maestros para adelantar nuestras tareas espirituales. Sé que la Maga no está de acuerdo con que aparezca la obra de la niña vinculada conmigo ni con el Nadaísmo. Si la Maga lo exige, estoy dispuesto a desaparecer de la escena, aunque es casi imposible borrar una historia de 11 años de trabajo con la chiquilla, ampliamente divulgado en los medios en su momento. A la Maga la conocí el día que el hombre llegó a la Luna y por ello los poetas Gonzaloarango y X-504 la bautizaron Lunita. Y le depositaron todo su amor. Como Eduardo Escobar, Elmo Valencia y Armando Romero. En los últimos 40 años nos habremos visto dos o tres veces. Cada cual tomó su camino.
Será de maravilla que la Maga permita la edición de la obra, según su criterio. No se le puede negar la gloria que le conceden los Parises y las Colombias a una niña prodigio, quien comenzó publicando sus poemas a los 4 años, en EL TIEMPO, con Eduardo Mendoza Varela, y murió de 13. Es también su triunfo, señora madre. Se lo merece.
JOTAMARIO ARBELÁEZ