Hoy es mi cumpleaños 82. A esta edad, ya no sabe uno cuál será el último. Desde hace no sé cuánto le vengo cantando a la muerte, y ella encantada. Esperando el final del concierto.
Me rodean mi mujer, Claudia Jaramillo, mis hijos Salomé y Salvador, mi nieta Emilia Curtis, y en lugar de torta sobre la mesa tengo un postre de libros que me han ido llegando por correo como muestras de amor, a la espera de que los lea y los comente.
Una vez llegó a casa una joven investigadora, guapa y lanzada, magíster en Historia y Teoría del Arte de la Universidad Nacional y se fue zambullendo en los sagrados archivos del Nadaísmo que rodean mi escritorio, en lo que demoró varios años. Y culminó con la publicación, por parte de Idartes, de Nadaísmo: una propuesta de vanguardia, donde se entremezclan la historia del país y la del grupo rebelde. No se detuvo Laura Rubio, que es la autora, solo en la estructura literaria, plástica y musical de las obras del movimiento sino que indagó en su posición de ruptura contra lo establecido y las estrategias teatrales que se escogieron para adelantar tal misión autoimpuesta. Entre ellas, los Festivales de Arte de Vanguardia, las revistas como Esquirla, de Alfredo Sánchez; El Ojo Pop, de Pedro Alcántara y Jota; La viga en el ojo, de Eduardo Escobar; y Nadaísmo 70, de Gonzalo y X-504. La reseña de la contratapa lo dice todo: “Este apasionante trabajo parte de un análisis histórico sobre la guerra en Colombia y va hilando poco a poco su discurso hasta dejar entrever que el nadaísmo, entendido como vanguardia cultural, surgió como una posibilidad, nada menos que la de realizar una reflexión colectiva sobre Colombia y su proyecto de país, de pensar la nación desde una perspectiva fuera de la guerra, de producir arte sin restricciones temáticas ni formales, de usar el cuerpo como material artístico, de rebelarse contra el orden imperante por medio de la controversia”. No se encuentra en librerías. Solicitarlo al Instagram: @laurarubioleon.
Tenemos a Alejandro Obregón, el artista total, el amigo de los poetas y de los profetas. Cuyos pinceles eran el testimonio de que vivía para terminar de colorear el mundo.
Y aquí tenemos a Alejandro Obregón, el artista total, el amigo de los poetas y de los profetas. Cuyos pinceles eran el testimonio de que vivía para terminar de colorear el mundo. Colores provenientes de la nada, del blanco absoluto, para alcanzar el pleno arco iris. El profeta Gonzalo Arango lo amaba porque era un astro, de esos que de vez en cuando despejan el cielo. Evoco este tema porque me ha llegado un libro que es para acariciar con las manos y la mirada, su autor es el fiel Fausto Panesso, quien empleó 25 años de su vida en la parla con el inmortal, tomándole sus apuntes para configurar todo un diccionario: Obregón, de la A a la Z. Fausto se convirtió en su biógrafo personal, pues es como si sus conversaciones en vida continuaran desde ultratumba. Eduardo Serrano escribe el prólogo y Fernando Botero su Inmemoria. Evocación al colega recién partido por el rayo implacable, en una carta a Hernando Santos publicada en EL TIEMPO en abril del 92. Cito un fragmento de su tema preferido. Color: “A mí me ha pasado una cosa curiosa: no sé poner colores, hombre; me encanta trabajar con colores hembra: Amarilda, Viridiana, Rosa, Azulina, Violeta, y cuando coloco el rojo siento que lo que pongo ahí en la tela, es la bisabuela de la humanidad”.
Y entro en un libro que me ha partido el alma, por algo se llama Mil pedazos. Su autora Rosario Caicedo, hermana del entrañable suicida y poderoso autor de Que viva la música. Su libro cierra la saga de Andrés. Son crónicas de la vida, correspondencia cruzada con el hermano y hermosos y certeros poemas sobre la vida en familia. Se descubre que la narradora verbal era la madre: “La mujer que le enseñó a amar las palabras a su hijo el escritor. El que me dijo un día que cada vez que se sentía “atascado” en sus escritos, trataba de acordarse de la rapidez con que nuestra madre “nos atrapaba” con sus historias. “Esa es la red que necesito inventarme en cada página, Rosarito. La red de mi mamá”.
Ay, Rosarito, qué bello final para esta película dolorosa.
JOTAMARIO ARBELÁEZ