Ha pasado un poco más de un mes de su muerte. Hay que decir hoy que la primera demostración de que iba a ser un pontífice despojado de la suntuosidad que identificó a sus antecesores, identificado con la sencillez que caracterizó a Jesús y cercano a los más humildes, la dio Jorge Mario Bergoglio en el momento en que escogió llamarse Francisco. Tomar el nombre del santo que renunció a la riqueza para darle más importancia en su vida a los bienes espirituales que a los materiales fue enviar el mensaje de que en su pontificado no habría opulencia, y que sería un Papa preocupado por la suerte de los desposeídos, que alzaría su voz para pedir justicia social y que hablaría por esos migrantes que buscan un país donde poder vivir de manera digna. Francisco de Asís visitaba a los enfermos en los hospitales. El papa Francisco visitó a los presos en una cárcel de Filadelfia, EE. UU.
Entre los ornamentos litúrgicos que caracterizan la vestimenta de un sumo pontífice están la muceta de color rojo que cubre sus hombros, la estola de terciopelo bordada en oro con figuras de santos, el roquete de lino blanco y la cruz dorada que pende del pecho. Para dar muestras de humildad, el papa Francisco no usó los tres primeros en el momento de aparecer en el balcón de la Basílica de San Pedro después de haber sido elegido, antes de dar la bendición urbi et orbi. Y la cruz dorada, que es de oro, la cambió por una cruz plateada como expresión de sencillez. Además, renunció a los zapatos de color rojo, que significan la pasión de Cristo, para usar zapatos negros sencillos. Con estos cambios en la vestimenta, Francisco le envió al mundo un mensaje de moderación frente a los lujos de la Santa Sede.
Que un sumo pontífice, el líder espiritual de 1.400 millones de católicos en todo el mundo, opte por renunciar a la suntuosidad que caracteriza a la curia vaticana es una muestra de sencillez que despierta iración. Con esta actitud, el papa Francisco se reveló ante el mundo como un hombre sin apego a los bienes terrenales, predicador de la bondad cristiana, con un corazón abierto para entender la condición humana. Nunca antes la iglesia Católica había tenido un Papa que saliera del palacio pontificio para visitar la periferia romana llevando un mensaje de amor a los desposeídos. En el documental El Papa llama a la puerta, producido por Rome Records, el mundo vio a un pontífice humano, preocupado por los demás, que ofrece su palabra para llenar de esperanza a los fieles.
Esa sencillez y humildad del papa Francisco se manifestó de muchas formas. En el documental del que hablo en el párrafo anterior se enseñan algunos hechos que es importante resaltar para medir la humanidad del pontífice fallecido. Veamos los siguientes: en un viaje apostólico a Sudán del Sur, besó los pies de los líderes políticos buscando que se unieran para trabajar por la construcción de un país mejor, con equidad social. Y durante el vuelo del avión en un viaje a Chile, bendijo el matrimonio de una pareja que era parte de la tripulación. Le pidieron que los casara, y el papa lo hizo. Y en un viaje a Lesbos, recogió a doce migrantes musulmanes que no tenían nada y los llevó en el avión al Vaticano para ayudarlos. Así era Francisco: sencillo, siempre con una sonrisa en el rostro.
Desde el mismo día en que resultó elegido para ocupar la sede vacante dejada por Benedicto XVI, el papa Francisco dio muestras de humildad que le permitieron conquistar el corazón de millones de católicos. Su aparición en el emblemático balcón de la basílica de San Pedro y escoger la Casa Santa Marta como residencia pontifical fue una oportunidad para exhibirse como un pontífice alejado de la pompa que caracteriza los actos en el Vaticano. En tres palabras que expresó con sinceridad, “Recen por mí”, el nuevo Papa demostró que iba a ser un pontífice sencillo, muy de nuestra época, centrado en su misión espiritual y consciente de la enorme responsabilidad que tenía como guía de una iglesia que está llamada a renovarse si no quiere seguir perdiendo seguidores.
Francisco fue, sobre todo, un mensajero de la esperanza. Eso lo expresó en el recorrido que hizo por varias ciudades colombianas. Las palabras que pronunció en los diferentes escenarios donde hizo presencia fueron un mensaje de esperanza para un país que necesita superar el escepticismo. Desde que descendió del avión que lo trajo a tierra colombiana, el obispo de Roma hizo énfasis en la palabra esperanza. Tanto en sus alocuciones públicas como en sus homilías, este término fue una constante. Cuando, en la puerta de la Nunciatura Apostólica, les dijo a los jóvenes que allí lo esperaban: “No pierdan la alegría, no pierdan la esperanza, no pierdan la sonrisa”, les estaba enviando un mensaje de optimismo, como enseñándoles el camino para construir entre todos un mañana mejor.