Tremenda algarabía –que se prestó para toda clase de especulaciones– la que se armó por la existencia en el curso de pocas horas de dos decretos contradictorios encargando como ministro delegatario, mientras el presidente emprende el viaje a China, al ministro del Interior, Armando Benedetti, y luego al de Salud, Guillermo Alfonso Jaramillo.
Este es un ejemplo más de las que podríamos llamar “ficciones constitucionales” en nuestro sistema político, que se basan en mentiras consentidas que todo el mundo acepta y de las que se derivan situaciones pintorescas como esta.
El hecho tiene que ver con la forma como se ha regulado la sucesión presidencial para los casos de faltas absolutas o temporales.
Alternativamente hemos tenido las figuras del designado a la Presidencia o del vicepresidente. Desde Bolívar y Santander hasta nuestros días, se han conocido las discrepancias entre el titular y el llamado a reemplazarlo. En cambio, no hubo grandes dificultades con la figura del designado, pues, cumpliendo la misma misión del presidente, nunca tuvo cargo, sede, sueldo ni parafernalia y, por lo mismo, era muy difícil que entrara en contradicción con el presidente, ya que además no tenía su mismo origen, sino que era elegido por el Congreso para periodos de dos años.
Con todo, varios designados ejercieron la presidencia, unos por pocos días y otros por periodos más o menos largos, tales como: Urdaneta Arbeláez en 1951, Echandía en 1943 y Alberto Lleras en 1945. El problema era que quien ejerciera la presidencia a cualquier título –cosa que se mantiene–, así fuera por días, adquiría el carácter de expresidente con pensión incluida y otras arandelas.
Un episodio ocurrido a comienzos del siglo XX, el golpe de Estado del vicepresidente Marroquín, de 74 años, al presidente bugueño Sanclemente, de 82, con la ayuda de un sector del ejército, hizo que en el imaginario colectivo quedara la idea de que el vicepresidente o el designado tiene vocación golpista y, por lo tanto, para garantizar su lealtad, se exige que pertenezca a su mismo partido. Es más, por la misma razón, se mantiene hoy el absurdo de que al vicepresidente no se le pueden asignar funciones de ministro delegatario.
Cuando a partir de la década del sesenta los presidentes comenzaron a viajar al exterior –no tanto como ahora–, el designado quedaba encargado de la presidencia con todas las gabelas, así fuera por días. Además, se presentaba el absurdo de que existían dos presidentes, pues el titular viajaba con todas sus funciones y el designado se quedaba en el país, también como “presidente encargado”.
Para evitar ese absurdo, durante el gobierno de López Michelsen, por una reforma constitucional, se creó la figura del “ministro delegatario”, alguien que, sin ser presidente, puede cumplir por delegación algunas de las funciones istrativas que le señale el presidente. Sin embargo, mantuvo el coco del golpista y por eso estableció que quien ejerza esa función debe pertenecer al mismo partido del presidente.
Hoy en día no solo es un temor infundado que un ministro delegatario pueda aprovechar la ‘paloma’ para quedarse, ya que no es presidente encargado, sino que la norma no tiene sentido alguno, pues ya no hay partidos y los presidentes son elegidos por coaliciones. Claro que al Consejo de Estado no le queda opción distinta que aplicar la Constitución, por eso declaró la nulidad del decreto mediante el cual Santos dejó encargado a Vargas Lleras con el argumento de que no pertenecía al partido del presidente, que era el de ‘la U’, creado como homenaje a Uribe. Por la misma razón, muchos ministros que de acuerdo con el orden de precedencia legal estarían en primera línea –Interior, Relaciones, Hacienda y Justicia– no han podido ser delegatarios y sí lo han sido quienes se encuentran en los últimos lugares de la escala, por pertenecer al mismo “partido”. La única gabela de quienes sean delegatarios es que tienen derecho a pasaporte diplomático de por vida. ¿Se podrá decir que Benedetti no es del partido de Petro? ¿O que Vargas no lo era del de Santos cuando le había hecho campaña?
Es hora de acabar con esas ficciones como la de la doble militancia cuando no hay partidos de verdad o la prohibición de intervención en política cuando algunos altos funcionarios lo hacen a ojos vista.