Después de ocho años, por cuestiones legales de autoría, recomiendo ver en salas el sensitivo e inolvidable drama humano-familiar codirigido por Manolo Cruz y Carlos del Castillo –joya inédita del cine colombiano de la segunda década del siglo XXI–. Además de la creación actoral de una persona con discapacidad, posee a su haber el dramatismo coprotagónico de la querida actriz vallecaucana Vicky Hernández –número uno en medios escénicos audiovisuales–.
Una idea original de Cruz, quien a su vez construye minuciosamente un personaje afectado de distrofia muscular que altera sus movimientos corporales, el habla y la respiración. Él, con habilidades natas para la pintura –pincel en boca– en su precario lecho de enfermo, dotado como intérprete de correcta expresividad corporal ante limitaciones físicas y gestuales derivadas de una parálisis crónica.
Lazos indisolubles de madre protectora e hijo dependiente, en permanente contemplación y digna convivencia de particularidades tanto humanas como comunicativas. Ella, pescadora viuda, habita una humilde casa en Nueva Venecia, cuida amorosamente a su vulnerable muchacho y teme los coqueteos de una enfermera vecina. ¡Si yo no estoy, ella no te puede visitar, ajá!, advierte doña Rosa.
"Es un milagro que esta película se haya hecho con un presupuesto irrisorio" y… agrego, estrenada con varios años de retraso. Hijo discapacitado y sobreprotegido en la ficción, subsiste en condiciones miserables con tres únicos paliativos: tan dedicada mamá, la vecina amiga de infancia y su permanencia 'entre el mar y la tierra'. Drama humano, terapéutico y de supervivencia, agravado por la miseria extrema, se parece a muchos casos de la vida real que relievan en escena sencillos diálogos e íntimos momentos de ternura.
Estructura narrativa circular que comienza y termina con el acercamiento y consecutivo distanciamiento aéreo de esa angosta y larga franja de tierra convertida en brazo infectado de la carretera, que desde Santa Marta y Ciénaga se comunica con Barranquilla antes de cruzar el parque natural Isla de Salamanca. Entre el naturalismo circundante del precioso paisaje de la Ciénaga Grande y las humildes construcciones palafíticas de Nueva Venecia, domina el estilo minimalista envolvente, tanto en su ejecución presupuestal y escenográfica como en la anécdota reducida a lo esencial.
Drama humano, terapéutico y de supervivencia, agravado por la miseria extrema, se parece a muchos casos de la vida real.
Sus locaciones merecen comentario aparte: Tasajera y Puebloviejo (Magdalena), aldeas de pescadores y rebuscadores en tránsito, sometidos al duro transcurrir de ardientes jornadas que sobrellevan el abandono médico e igualmente estatal. Además, la importancia de significar cada objeto incorporado al cuadro de la pantalla: respirador eléctrico con cánula de oxígeno, 3 o 4 pescaditos del día, discretos utensilios de cocina, poleas y sillas de reposo, atarrayas y redes remendadas, fotos y dibujos de… su amiga de infancia.
Perfil actoral de Vicky Hernández (Tuluá, 1945). Su nombre completo: Victoria Hernández Salcedo, formada en escenarios teatrales de Bogotá y Cali, con una brillante trayectoria en la televisión nacional –Azúcar, La casa de las dos palmas, El patrón del mal–. De sus actuaciones, algunas dramáticas y otras divertidas, destaco emotivos papeles paralelos al desarrollo del cine colombiano en las últimas cuatro décadas.
En el período Focine, durante la istración proteccionista cultural del presidente Betancur, coprotagonizó con su distintiva dureza de carácter los dos largos de Mayolo: Carne de tu carne (1983) y La mansión de Araucaima (1986) –desde los atavismos impúdicos y soberbios de una casta caleña hasta la Machiche de Mutis, siendo fémina complaciente y posesiva de varios hombres confinados-.
Su figuración más inolvidable, producto de una personalidad avasalladora: Confesión a Laura (Jaime Osorio Gómez, Cuba-Colombia, 1990). Asume, pues, el empoderamiento hogareño en medio del encierro desatado por el bogotazo; además, de mantener una cuota en papeles secundarios en películas de Sergio Cabrera y desplegar graciosamente una creación macondiana bajo las riendas del maestro italiano sco Rosi. Vicky fue recompensada en su momento como mejor actriz en los festivales independientes de Seattle y Sundance.
Títulos de algunas películas costeñas de grata recordación. Desde Langosta azul, mediometraje de vanguardia con elementos surrealistas filmado en una playa atlanticense, codirigido por Álvaro Cepeda, Enrique Grau, Luis Vicens y G. G. M. Del barranquillero Pacho Bottía, tres largos: La boda del acordeonista (1986) –en un pueblo de pescadores, con nativos y músicos de Valledupar, en torno al mito trágico de la Mohana–, Juana tenía el pelo de oro (2007) y El faro (2014) –esta última, en el Morro del Rodadero–. Sin olvidar a Ernesto McAusland y El último carnaval, con el cubano Jorge Cao –presente en La ciénaga–.
Del cesarense Ciro Guerra, su segundo largometraje, Los viajes del viento (2009): el 'acordeón del diablo' a pata y lomo de burro, desde Mompox y el Bajo Magdalena a la Alta Guajira, pasando por la Ciénaga Grande, donde trasciende un duelo a machete en el impresionista escenario de casas flotantes reflejado en las aguas de Nueva Venecia, que bosqueja el alma inexplorada de nuestro hombre caribeño ("melancólico, observador y pensativo"). En todas estas cintas, el color y la música contribuyen al raro fenómeno de simpatizar con públicos cautivos gracias a los personajes expuestos.