El escritor brasileño Millôr Fernandes decía que “si fuera el Papa vendería todo y me iría”. Para Borges, el Papa “es un funcionario que no me interesa”.
Modestia aparte, creo que si hubiera seguido la carrera religiosa en la orden de san Agustín, la misma de León XIV, mínimo habría participado en los dos últimos cónclaves. No pasé de acólito. Fui llamado, no escogido. Me derrotó la castidad. De cuasi-semi-ex-gozquejo de Papa hice el tránsito a papá de dos bellos críos.
La suerte estaba echada en contra del seminarista de los ojos cafés que era yo porque no tenía las palancas de Agustín de Hipona, quien le pidió a Dios que lo hiciera casto “pero no ahora”. Fue complacido. La comunidad que adoptó sus enseñanzas ahora tiene inquilino en el Vaticano.
Pero pa qué, el puesto quedó en óptimas manos. Para empezar es buena papa, un tubérculo que se da silvestre en Perú, su país de adopción. Nacido en Chicago, sus padres formaron parte de la diáspora. Desde que se supo que es Prevost Martínez, los de su segundo apellido se volvieron de mejor familia. Rastreé hasta el décimo-cuarto apellido. Cero pollitos.
El turno al bate al frente de la Iglesia católica es para un fanático de los Medias Blancas, de Chicago. Es de lavar y planchar. Se le puede fiar para la compra de algún electrodoméstico. Además, tiene “excelente” gusto: le dedicó dos horas de su pontificado al PP (Petro presidente), quien del Vaticano viajó a Barranquilla a incendiar la parroquia. Sin el imprimátur del Papa. Sospecho.
Será el defensor de los migrantes. Quienes hemos formado parte del éxodo no nos cambiamos ni por Dios mano a mano. Más de la mitad de los años que tengo los viví en Bogotá. Al flamante Papa no le tembló la mano para rectificar al vicepresidente Vance, quien pretendió escudarse en el Evangelio para decir que la caridad empieza por casa, y de ahí la bronca del trumpismo por los forasteros que han hecho grande ese país.
En León XIV veo a un Papa chévere como Pedro, quien negó tres veces al Galileo y puso cara de jugador de póquer. El hecho de tener apenas 69 años, la edad del amor, le ayudará. In illo tempore, cuando las familias cambiaban de barrio sus nuevos vecinos les llevaban viandas mientras se adaptaban. “Por aquí a la orden”, les decían.
Es lo que le digo al papa León: si necesita un XIV, mande no más.