Después de oír la férrea defensa que hizo el lunes de esta semana el papa León XIV del trabajo de los periodistas, me pregunto qué estarán pensando ahora aquellos enemigos de la libertad de prensa, como Donald Trump, Vladimir Putin, Benjamín Netanyahu, Gustavo Petro, Mohamed bin Salman o Javier Milei, que tres días antes habían salido presurosos a felicitarlo por su elección.
Lejos estaban de suponer estos personajes que en su debut ante decenas de periodistas internacionales, y como quien no quiere la cosa, el sumo pontífice iba a pronunciar unas palabras que aludían directa o indirectamente a regímenes en los que el ejercicio del periodismo es una profesión de alto riesgo; no solo por el peligro que implica desenmascarar a criminales, corruptos y violentos, sino por la persecución de que son objeto tantos reporteros y medios de comunicación por parte de gobernantes que no ven con buenos ojos la labor fiscalizadora de la prensa.
En un discurso de 964 palabras, el nuevo pontífice hizo una serie de reflexiones que, pese a su tono sereno, son de la mayor relevancia, no solo para quienes trabajan en los medios de comunicación. En primer lugar, expresó “la solidaridad de la Iglesia con los periodistas encarcelados por haber intentado contar la verdad”, y a renglón seguido pidió la liberación de los mismos, al tiempo que exaltaba “la valentía de quienes defienden la dignidad, la justicia y el derecho de los pueblos a estar informados, porque solo los pueblos informados pueden tomar decisiones con libertad”.
Tiene toda la razón el papa León XIV al decir que sólo los pueblos informados pueden tomar decisiones con libertad.
¿Cómo tomarán estas palabras tipos como Putin o Maduro, en cuyos regímenes los periodistas son perseguidos sin compasión? ¿Qué dirá Trump, que ha tenido entre ceja y ceja a la prensa desde su primer mandato?; ¿o Netanyahu, que ha convertido la Franja de Gaza en un cementerio de periodistas?; ¿o Bin Salman, el príncipe saudí, acusado de ordenar el asesinato del periodista Jamal Khashoggi en el consulado de Arabia en Estambul?; ¿o el mismo Petro, quien a punta de descalificaciones y señalamientos infundados trata de minar la credibilidad de los medios a toda costa...?
Pero en los diez minutos de su intervención el Papa no solo se dirigió a los gobernantes o a los políticos. También les habló a los periodistas y les hizo una importante invitación. “Desarmemos la comunicación de cualquier prejuicio, rencor, fanatismo y odio; purifiquémosla de la agresividad. No sirve una comunicación estridente, de fuerza, sino más bien una comunicación capaz de escucha, de recoger la voz de los débiles que no tienen voz”, dijo sin rodeos, antes de concluir con una solicitud muy diciente: “Les pido que elijan de forma juiciosa y valiente el camino de una comunicación para la paz”.
Estoy seguro de que muchos colegas se debieron sentir aludidos, así no tengan la entereza para itirlo en público ni la voluntad de rectificar, pues al fin y al cabo la información equilibrada y serena no da tantos clics ni likes como los informes tendenciosos o altisonantes con los que se busca enganchar al lector, así no contribuyan a orientar sino a confundir; o, peor aún, a exacerbar los ánimos de esta sociedad tan fragmentada.
Sería deseable que las palabras de León XIV no cayeran en el vacío, y que tanto los gobernantes como los políticos, los periodistas y, en general, quienes tienen alguna figuración pública repasen con atención estas observaciones, por el bien de todos.
Y si Trump, Putin, Maduro o Petro quieren seguir enviando felicitaciones al Vaticano, o rezar de rodillas en la plaza de San Pedro, pidiéndole al Papa sus bendiciones, que lo hagan, pero antes deberían comprometerse a detener el acoso contra los periodistas y a garantizar la libertad de prensa. De esa manera, sus palabras de fe no sonarían tan vacías. Ni tan farisaicas.