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La alambrada de garantías hostiles

Ante las solicitudes de garantías para la negociación, no les han tendido la mano dialogante.

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Un espíritu justo y democrático —dispénsenme la tautología— no se atrevería a negar las altas calidades del despliegue estético representado por la pluralidad de colectivos sociales, espontáneamente concertados para participar en las movilizaciones populares y juveniles desde el 28 (A), antes que atribuirles sin fórmula de juicio inclinaciones delictuales.
Estas representaciones cuya sorprendente majestuosidad, próxima al fino arte, la poesía, el espectáculo, incluso la ética de la alegría y la política de Santiago García y Patricia Ariza, se pretenden estigmatizar con pábulo orquestado asociándolas a los evidentes actos de terror y vandalismo, cuyo origen conocen las autoridades y en muchos de los cuales ha tenido comprobada complicidad la Fuerza Pública, cuando no autoría directa, según las serias verificaciones de la CIDH (ver /politica/michelle-bachelet-se-pronuncio-sobre-protestas-en-colombia-597672).
Sin duda alguna, los coloridos formatos humanos de protesta social, cultural y las expresiones pacifistas en el contexto de las movilizaciones, que —en nuestro país— abarca al sistema social en sus inmensas mayorías, tienen como protagonistas a los marchistas armados solo de la capacidad de juicio crítico, de persistencia y de voluntad progresista, así como de inteligencia social.
Agencian ellos en sus vidas adolescentes y llenas de expectativas el impacto deplorable de la desigualdad que padece el país en la fatídica y larga noche del uribismo cavernario. Este sí promotor del armamentismo criminal.
Con su rebeldía tranquila, la juventud colombiana, especialmente en compañía de los trabajadores organizados y los desempleados, se ha encargado de realzar, con el vigor propio de sus años mozos, la semiótica fresca de signos y consignas, símbolos e imágenes de extraordinario impacto —aun entre la masa crítica de ciudadanías indiferentes—, no obstante el adverso clima meteorológico y la pesada atmósfera política estimulada por la ultraderecha y la ‘parapolítica’ generadora de disturbios y agresora de los bienes públicos, para enlodar con hechos punibles el curso pacífico de las fervorosas manifestaciones juveniles.
Ligado a ello, algunos medios modernos de (des)información o redes sociales, aquellas que obedecen las pautas del establishment, han decidido por sí y ante sí configurar una imagen contradictoria, negativa y sombría de los pacíficos eventos para negarles su derecho a un futuro conviviente y digno a sus participantes y representados.
La errónea hermenéutica social de los referidos medios los lleva a negar que las diversas formas de protesta social y rebeldía son producto, en primer término, del desempleo masivo y, en segundo lugar, de la saturación profesional, así como del malestar social que les deja una visión del futuro inmediato que no parece garantizarles nada bueno si continúan bajo el mismo signo político actual.
Ya lo sabe la comunidad internacional: en nuestro país, las muchedumbres en su propósito democrático de protestar se han tomado pa-cí-fi-ca-men-te las ciudades, las plazas y las universidades para hacer oír sus expectativas, y en el estadio urbano se han encontrado con el uso desmedido de la coerción violenta por parte de las autoridades.
Ante las solicitudes de garantías para la negociación, por toda respuesta les han tendido no la mano dialogante, sino una alambrada de garantías hostiles. A su turno, las corrientes sociales en ascenso encuentran límites a sus propósitos de contribuir al desarrollo del país, en el que la extrema jerarquización y la consiguiente desigualdad generan negaciones constantes al humanismo político y a la indispensable nivelación social de los sectores menos favorecidos.
Determinados actores públicos —sin el menor análisis sociológico— han concluido de una manera simplista que los jóvenes son ‘rebeldes, por naturaleza’. No buscan las causas de su malestar en la ruptura evidente o colisión en todo tránsito generacional en cuyo proceso intervienen sectores regresivos con su carga explosiva para dinamitar los puentes del diálogo civilizado y la concertación democrática intergeneracional, como motivación larvada que en el camino encuentra causas que la acrecientan como un río crecido.
Como lo advierten diversos estudios, nuestros jóvenes no tienen ya la certidumbre de llegar a adquirir la posición social, académica o económica que los movió a escoger determinado campo de estudio. Tarde se dan cuenta de que los planes de desarrollo educativo, construidos con intereses que en nada consultan las necesidades reales del país ni de su sistema productivo, tienen un retraso comparativo gigantesco con sus equivalentes en el mundo moderno (https://eltiempo.noticiasdopara.net/348458-colombia-cambia-encuesta-de-celag)
Alpher Rojas Carvajal

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