El acumulado de conflictos y problemas sociales, políticos y económicos que sufre nuestro país no ha surgido ahora, con el nuevo gobierno, como algún ignoto anti-Petrista pudiera sugerirlo de manera simplista, sino que se instauró y viene creciendo con una dinámica que asombra en las últimas décadas e impide el funcionamiento progresista de la sociedad colombiana como nunca antes.
Ello ocurre por una falta de entera comprensión científica de sus orígenes y causas y de identificar sus niveles de desacuerdo, su trazabilidad histórica. El tratamiento de nuestras dificultades sociopolíticas y económicas (que son muchas, además de la guerra sangrienta) requiere, como empieza a hacerlo el gobierno de Petro, de un dedicado y previo esfuerzo de investigación académico, más científico que policivo (en su antes y su después) de modo que permita identificar sus principales causas y fallas institucionales. Más, como puede apreciarse, las controversias sociales no cesan de expresar su vigencia.
Nuestra contribución debe estar orientada a propiciar un tono armónico en el ritmo social, en su proceso de identificar las insuficiencias y problemas más urgentes.
No se trata solo de remediar las miserias o espantar la fatalidad con añagazas de corte populista, con vacuos patrioterismos. No. La sociedad de hoy reclama del gobierno de izquierda una orientación moderna, una suerte de reinvención del Estado y sus instituciones con reglas claras, una renovación política y social que propicie una dinámica colectiva de democracia y equidad. Este proyecto nos debe conducir de la justicia social, la paz, la protección de la naturaleza y el desarrollo económico a un ecosistema benigno y protector.
Nuestro irado filósofo Estanislao Zuleta clamaba, desde la psicología, la antropología y las ciencias sociales y políticas por una política estatal mejorar los conflictos, no eliminarlos del seno de la sociedad, porque una buena calidad de estos contribuye al mejoramiento de la calidad de vida de la sociedad, a que la comunidad discuta mejor y tenga enfoques de calidad sobre sus problemas, lo cual, a su vez, dará lugar a mejorar la calidad de sus discusiones y debates y contribuirán a aclimatar la convivencia social y la paz entre la comunidad. Pero principalmente remover las injusticias que anidan en el origen de nuestros disimiles conflictos.
Todo ello ha contribuido a propiciar las grandes —y entusiastas— movilizaciones sociales que vienen acompañando al Presidente en sus intervenciones públicas en favor de la ‘paz total’ y las reformas sociales que viene promoviendo a lo largo y ancho de Colombia.
Ahora, nuestra contribución debe estar orientada a propiciar un tono armónico en el ritmo social, en su proceso de identificar las insuficiencias y problemas más urgentes cuya solución pueda abrirle paso a grandes proyectos de modernización no solo material, sino cultural.
ALPHER ROJAS