En noviembre de 2023, un mes después de la matanza perpetrada por Hamás en el sur de Israel, en la que 1.189 personas fueron asesinadas y 251 fueron secuestradas, y cuando se presagiaba que la contraofensiva de las tropas de Benjamín Netanyahu iba a ser prolongada y despiadada contra la población civil, ya se empezaba a notar que lo que había empezado como una legítima maniobra de defensa se estaba convirtiendo en una operación de venganza, con crímenes de guerra incluidos.
Desde luego, no se necesitaba ser adivino para presumir que en la Franja de Gaza lo peor estaba por venir, y para muchos era evidente que el primer ministro iba a aprovechar la ocasión para desviar la atención y quitarse de encima todos los cuestionamientos que se cernían sobre él y que, de hecho, lo tenían contra las cuerdas en su propio país. Sin embargo, la retórica étnica, religiosa y patriotera terminó por imponerse, y, a su manera, Netanyahu convirtió el conflicto en una especie de guerra santa, con la que pretende expiar sus propios pecados, mientras condena a millones de palestinos a la inanición, al éxodo y a la muerte.
Este perverso capricho ya les ha costado la vida a más de 50.000 personas –entre las que se cuentan más de 15.000 niños– y ha forzado a millones de palestinos a un desplazamiento constante.
Y aunque de nada han servido los llamados de la comunidad internacional para ponerles fin a la tragedia humanitaria y al sufrimiento al que han sido sometidos tantos civiles, esta semana se produjo un hecho inédito y que marca un punto de inflexión en el apoyo externo que ha recibido Israel todos estos meses. Me refiero a las duras observaciones que ha hecho el nuevo canciller alemán, Friedrich Merz, sobre la actuación de las tropas de Netanyahu en Gaza, tal y como lo registra la Deutsche Welle en Español.
La advertencia de Alemania a Israel de que no todo vale abre un nuevo capítulo en sus relaciones diplomáticas.
"Lo que está haciendo ahora el ejército israelí en la Franja de Gaza –sinceramente– ya no entiendo con qué objetivo se hace", dijo Merz, tras lo cual agregó que, a su juicio, se ha cruzado una línea y se ha producido una violación del derecho internacional humanitario. Afectar de esta manera a la población civil "ya no puede justificarse como una lucha contra el terrorismo de Hamás", añade el reporte de la agencia alemana al citar al canciller federal.
Es más: al referirse a la responsabilidad histórica de su país hacia Israel –luego del Holocausto–, Merz reconoció que Alemania debe "contenerse con los consejos públicos a Israel; pero cuando se cruzan las fronteras, cuando se viola realmente el derecho internacional humanitario, entonces Alemania, entonces el Canciller Federal alemán, también debe decir algo al respecto".
Estos fuertes reparos revisten una gran trascendencia, no solo por el tradicional respaldo que Tel Aviv ha recibido desde Berlín, sino porque quien las hace no se puede catalogar como un agitador de la izquierda ni como un político despistado; se trata nada menos que de un líder de la derecha –de la CDU, el mismo partido de Ángela Merkel– que se acaba de posesionar, y que con estas declaraciones sienta un precedente y envía un claro mensaje que a Netanyahu le va a quedar muy difícil de asimilar. Más aún después del desplante que para muchos significó la reciente gira de Donald Trump por el Medio Oriente, en la que no tuvo en cuenta a Israel, país que supuestamente es el primer aliado de Estados Unidos en esa zona del mundo.
Y aunque este giro en la política de Alemania coincide con un endurecimiento del discurso de Europa –región donde otros gobiernos también han expresado su descontento con Netanyahu–, lo cierto es que, dada su sólida alianza con Israel, la advertencia de Merz de que no todo vale abre un nuevo capítulo en las relaciones diplomáticas entre estos dos países.