Luis Luna y la sabiduría de Posidonio de Apamea: 'todavía tengo los dinosaurios que pintaba de niño'

Luna habla de Posidonio de Apamea y del libro de los muertos de los egipcios; recita un poema de Borges escrito en una de sus pinturas y se detiene en el Leontócefalo, los misterios de Mitra y las llaves del cielo y de la tierra. Su nueva exposición en la Galería La Balsa (Cra. 9 no. 73-44) es un viaje por sus obsesiones. Luis Luna es un lector enfermizo. Sus ojos se pasean por los misterios de religiones antiguas, por la psiquiatría y el psicoanálisis, por la neurociencia, por las luchas demenciales de los alquimistas y sus fórmulas para convertir metales sin valor en oro. Por Pitágoras y el sefirot. Por el abecedario copto y la teoría de la conciencia cuántica del premio Nobel de física Roger Penrose. Y, en un acto de magia pictórica, logra mezclarlo todo en sus pinturas.

Luis Luna es uno de los pintores más sólidos de Colombia; durante la primera parte del siglo fue una estrella rutilante y luego se retiró de los focos. Vive hace varios años en Villa de Leyva y, sin ser un ermitaño, porque nunca deja de exponer y es un maestro del arte de la conversación, se mantiene lejos del ruido y de la furia; su uniforme son los jeans y las camisetas y su imperial bigote de puntas afiladas siempre está acompañado de una barba corta que parece crecer solo unos segundos después de afeitarse.

Luna se ríe de su ‘retiro’ y recuerda sus días como estudiante de medicina (estudió 10 semestres y antes de graduarse y embarcarse en la psiquiatría decidió ser pintor). Recuerda sus días como ‘discípulo’ de la inglesa Freda Sargent, la mamá de uno de sus mejores amigos, que solo con su silencioso ejemplo como artista lo animó a seguir su camino. Luna recuerda los días en los que le mostraba sus dibujos y ella, apenas con un gesto de cariño o iración, lo alentaba a seguir pintando (y también recuerda que -como buena mamá- se escandalizó cuando le contó que abandonaba la facultad de medicina). 

Luna recuerda sus picnics con ella en la sábana de Bogotá y su manera de descubrir senderos en medio de la nada y luego señalar el brillo del sol sobre la hierba. Recuerda sus días de estudiante de arte en Berlín y su fascinación por los okupas y sus viajes por Uzbequistán en busca de la ruta de la seda.

Y de alguna manera todo se reencuentra en esta exposición. Su nueva producción es una mezcla de retazos de pinturas antiguas y trazos nuevos que ensambla en una máquina de coser; hay restos de lienzos de hace treinta años que, en el piso, uno sobre otro, ofrecen un nuevo discurso y se ensamblan con el oficio de un hechicero de la pintura. Luna, entre las ideas de pensadores griegos y contemporáneos, entre tantos trazos y tantos recuerdos, ofrece una especie de armonía pictórica.

Este es su autorretrato.

A Julian Schnabel. 

La obra maestra es la obra en proceso. 

Las peores crisis creativas vienen cuando llegan nubarrones que me hacen perder la fe en la especie humana: los actos de miseria humana, los genocidios. Las injusticias me nublan, me estrechan la conciencia. 

Duchamp.

Fue en los años ochenta, en medio de un crisis, cuando todavía estudiaba medicina. Fue una señora muy especial de Medellín llamada Marisol Jaramillo de Montoya, reservada aunque con un sentido de humor y un corazón muy grande.

Un cóndor de Alejandro Obregón y unos paisajes de la escuela de la Sabana. Todavía recuerdo con entusiasmo las obras de Obregón. 

Para ser consecuente con algo que le daba sentido a mi vida.

Si, tengo los dibujos de dinosaurios que pintaba de niño

40 años

En cuanto a críticas que me hayan molestado… seguramente por no ser constructivas las he olvidado

La reacción espontánea de cualquier persona que pasa inadvertida. Y las críticas de Carolina Ponce de León, Ana Maria Escallón, Natalia Vega, Carmela Jaramillo, Eduardo Serrano y el historiador español Javier Arnaldo, entre otros.

Tengo un par de obras de las que no me he querido desprender. Las pinté en la isla de Elba, cuando vivía en Berlín. Son sobre tela, de formatos irregulares, clavadas con tachuela en un fondo de tabla negro. Las expuse en Nuevos Nombres en los años ochenta.

No.

El tiempo, el azar, el aire, la nada, un lienzo vuelto, pigmentos, y emulsiones.

Mi estudio es bastante ordenado, según el estado de las cosas.

Trabajo 24 × 7.

Mi estilo nace cuando, como Posidonio de Apamea, quise evitar encasillarme en una sola disciplina.

Norman Mejía, Alejandro Obregón, Luis Alejandro Saiz, Freda Sargent, Luis Hernando Giraldo.

El más anónimo.

Con varios: Óscar Murillo, Nicolás Paris, Sigmar Polke y Carlos Gómez Galeano.

El jardín de las delicias, del Bosco.

Sí.

El imperativo estético, de Peter Sloterdijk.

Porque no se desgasta.