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Entrevista
La mujer que hablaba con las montañas. La historia de la nueva novela de Fernanda Trías
• La escritora uruguaya, radicada en Bogotá, presenta 'El monte de las furias'.
• La autora estará firmando libros el próximo 27 de abril en la Feria Internacional del Libro de Bogotá 2025.
Fernanda Trías nació en Montevideo, Uruguay, en 1976. Foto: Fernanda Montoro
Cada mañana, Fernanda Trías miraba las montañas. No sabía cuánto tiempo duraría el confinamiento, si la pandemia sería cuestión de días, meses o años, si la ciudad seguiría estando allí cuando el mundo regresara a la normalidad o si tan siquiera habría algo a lo que regresar luego del miedo y la acechanza de la muerte.
Para ella lo único real eran los cerros orientales, tras los cuales el sol se abría, día tras día, como una fruta madura.
Ella, que había nacido en Montevideo, que había crecido a la vera del mar, conocía el sonido de las olas chocando contra la arena. Ella, que había vivido en la planicie uruguaya, que había experimentado las pampas del Cono Sur, entendía la inmensidad del horizonte.
En 2021, Trías ganó el premio Sor Juana Inés de la Cruz por 'Mugre rosa'. Foto:Fernanda Montoro
Sin embargo, cuando llegó a vivir a Bogotá en 2015, la geografía andina se convirtió en un misterio que la acogía y la intimidaba a partes iguales: los montes como presencias mudas, guardianes omnipresentes que tras sus faldas escondían lugares, cielos y mundos que ella no podía ver, pero que sabía que estaban allí, tras la frontera y el silencio de los bosques.
Y, entonces, llegó la pandemia. Su apartamento daba a las montañas y sus ventanas la obligaban a verlas de frente (aunque muchas veces tenía la impresión contraria: que eran ellas las que la veían).
Esa cotidianidad hizo que Trías empezara a hablarles, a preguntarles cosas, a querer mantener diálogos con el monte que era su compañía diaria: “¿cómo estás?, ¿cómo amanecés?, ¿qué forma creés que tiene esa nube?, ¿te gusta la lluvia?”. Para ella, la ciudad había quedado atrás.
Trías es traductora y tiene una maestría en Escrituras Creativas de la Universidad de Nueva York. Foto:Cortesía: Penguin Random House
No sabía si todavía existía o no, tampoco le interesaba. Lo que veía, lo que escuchaba, lo que sentía cerca de sí, sola y encerrada como estaba, eran las montañas.
Así, en medio de esa fascinación telúrica, le llegó una voz que decía: “Yo vivo en una casa chica. Yo vivo sobre una montaña que es un bosque empinado”. Y Fernanda Trías tomó su libreta de apuntes y escribió palabra por palabra lo que una mujer le había dicho.
“Entonces, yo empiezo a preguntarme quién es esta mujer, por qué me dice estas cosas”, cuenta. Así fue tomando forma la narradora de su más reciente novela: 'El monte de las furias', un relato en el que las montañas son protagonistas, escenario, objeto de deseo, muro de acechanzas, cantera de leyendas y vorágine a la que se arrojan los muertos.
Trías invita en su nueva novela a vislumbrar un "horizonte utópico". Foto:Alejandro Prieto / EFE
Tras casi una década en Bogotá, este nuevo libro de Fernanda Trías recoge a través de una prosa poética y exuberante sus reflexiones en torno a la topografía: ¿cómo moldea los afectos, las relaciones, los pensamientos el vivir con las montañas presentes?
Pero, a la vez, la geografía andina se convierte en un nuevo escenario en el que las obsesiones literarias de la escritora encuentran otro aliento: la violencia, la claustrofobia, los afectos tóxicos y la oscuridad del erotismo, aunque esta vez traspasados por la exuberancia de los bosques y un tono entre chamánico y naif, entre niño inocente e iluminado loco.
Una desmelenada reflexión sobre nuestros vínculos con la naturaleza, el horror que se inflige a los cuerpos y las maneras en que la otredad y la locura pueden ser la única salvación en un mundo anestesiado por el mito del progreso, la desidia del dinero y la espectacularidad gore.
¿Cómo fue pulir la voz de la narradora? Es una voz bastante extraña: por momentos parece inocente, casi naif, mientras que en otros instantes parece una sabia o una iluminada…
Este era un gran desafío, ya que era la filigrana que yo necesitaba para llegar al equilibrio deseado entre una inocencia periférica y algo que los citadinos no podemos ver, que hemos perdido. Tuve la ventaja de que esta voz me llegó muy cándida e ingenua, muy transparente. Además, sabía que era el tono de una mujer rural que no había podido ir a la escuela, aunque ese era su gran anhelo. Con todo esto en mente, al escribir tenía la noción de que lo narrado debía contarse en un registro simple y cotidiano, pero que al tiempo le permitiera a ella llegar a lugares hondos, poéticos y líricos.
Hay una imagen de la novela que se me quedó: las mujeres de Jehová que suben a la montaña a predicar, pero que lo hacen con zapatos de ciudad. 'El monte de las furias' es, en muchos sentidos, una novela que se pregunta por las diferencias entre lo rural y lo urbano, entre el aquí y el allá…
Hay una desconexión total entre los habitantes de la ciudad y esa parte del territorio que se ve como rural, exótico, periférico. No hay nada más ridículo que ver cómo nos vestimos los citadinos para ir al campo, a lo que nosotros consideramos campo. Si tuviéramos que depender de nosotros mismos, no sobreviviríamos ni dos días en medio de la selva o en la espesura de un bosque virgen. Sin embargo, esta desconexión no es pasiva, ya que a pesar de no ir a estos lugares “inhóspitos” tenemos ideas preconcebidas sobre ellos. Tenemos este paradigma en el que decimos “la naturaleza” y actuamos como que no nos incluye, es decir, usamos el lenguaje para separarnos y poner distancia.
Tenemos este paradigma en el que decimos “la naturaleza” y actuamos como que no nos incluye, es decir, usamos el lenguaje para separarnos y poner distancia.
Fernanda Trías
Las montañas son eje cental en la última obra de Trías. Foto: Secretaría de Ambiente
¿En qué momento empieza a ver la montaña? ¿Cuáles son las montañas de su vida?
Empiezo a ver la montaña cuando llego a Colombia, en 2015. Nunca había vivido en una ciudad que tuviera tan presente y tan cerca los montes, que son al tiempo una barrera física. Empiezo a obsesionarme y empiezo a reflexionar sobre cómo será nacer y crecer siempre con estas presencias, con estas moles verdes. Me pregunto: “¿cómo marca eso a tu personalidad?”. A diferencia de cómo marcó mi personalidad el nacer y crecer en el mar, en un lugar plano. Mi o y mi afectividad se relacionaban con el océano, mientras que acá los afectos lo hacen pensando en las montañas. A partir de ahí pienso en que aquí no podés escapar de estas montañas, siempre que alzás la mirada ellas están ahí, como si te estuvieran observando, testigos de todo lo que pasa en la ciudad. Y marcan límites físicos, además de marcar silencios, porque son presencias muy poderosas, pero mudas, mientras que el mar es un murmullo constante. El mar no te permite estar en silencio. Acá descubrí el silencio.
La narradora tiene una gran obsesión con las palabras: para ella hay palabras lindas y feas, palabras buenas y malas. Esto es algo muy actual, ya que hoy en día pareciera que la palabra es un campo de batalla geopolítico…
Estamos en un momento de disputa ideológica en el que las palabras son prácticamente los trofeos, porque las palabras no son inocuas. No da igual decir “golfo de México” o “golfo de América”, por ejemplo. Y esto es solo un ejemplo, porque esto va más allá: tiene que ver con las identidades, con cómo se representa la violencia, con cómo se entienden los cuerpos. Por eso, yo siempre he encontrado muy importante la batalla que tiene que ver con el lenguaje inclusivo, porque no es una tontería ni mucho menos un capricho. Las palabras crean realidades: si las palabras borran a las mujeres, las mujeres están borradas; si borran a los cuerpos diversos, los cuerpos diversos están borrados. Hoy más que nunca la precisión es un gesto político, elegir bien cómo decir bien determinadas cosas.
Estamos en un momento de disputa ideológica en el que las palabras son prácticamente los trofeos, porque las palabras no son inocuas. No da igual decir “golfo de México” o “golfo de América”, por ejemplo.
Fernanda Trías
En su primer día de gobierno, Trump cambió el nombre del Golfo de México al Golfo de América. Foto:AFP
Sin embargo, esta novela no usa la ruta del realismo para dar cuenta de todas estas problemáticas. Es un relato chamánico, poético y lírico, ¿por qué elegir este camino para contar realidades?
Yo vengo viviendo una resistencia hacia el realismo desde que empecé a planear mi anterior novela, 'Mugre rosa'. Creo que tras una hegemonía del realismo durante muchos años en la literatura (el realismo sucio, por ejemplo, o el abordaje sobre el narcotráfico), sentí que estas estéticas estaban agotadas por sus representaciones tan crudas y miméticas de las violencias. Ya los lectores hemos naturalizado tanto la violencia que nada nos sorprende ni nos choquea, entonces, lo que sucede es que los escritores entramos en un juego de apuestas: “¿quién da más?, ¿quién es más escabroso?, ¿quién es el narrador más gore?”. Y siento que esta violencia se vuelve violenta, porque solo reproduce, pero jamás denuncia. Creo que ahora la búsqueda y la apuesta deben venir por otro lado.
Esto va muy por la línea de Susan Sontag, que en su ensayo Ante el dolor de los demás nos advertía sobre el riesgo de naturalizar las representaciones de la violencia…
Justamente tiene que ver con eso y es algo que desde hace años me obsesiona: cómo representamos la violencia en el arte. Pocas imágenes me atraviesan tanto como esa canción de Billie Holiday, la de 'Strange fruit'. El hecho de que ella hable de las personas negras que eran ahorcadas de los árboles y las compare con “extraños frutos” lo hace estremecedor, mucho más que una simple descripción de cómo las colgaron, patalearon y murieron con la lengua afuera. Creo que en esa intersección entre poesía y violencia se comunica de una forma mucho más poderosa y estremecedora el verdadero espanto.
Algo curioso de 'El monte de las furias' es que la narradora usa palabras y expresiones bogotanas, pero al tiempo habla con un voseo del Cono Sur. Es casi como si el texto fuera un cuerpo andino o sudamericano…
¡O un cuerpo latinoamericano! Esa soy yo, ese monstruo, ese Frankenstein. Yo me he preguntado mucho por qué me importa tanto pensar la identidad latinoamericana y he llegado a la conclusión de que es porque necesito nombrarme. Al decir “soy uruguaya” yo ya no encajo allí, porque los uruguayos se han dedicado a hacérmelo notar. En entrevistas radiales, pero también en espacios íntimos o de amigos, lo primero que me han dicho es que yo tengo acento y que yo no hablo como ellos. De tanto que me lo han dicho, he pensado que tengo que apropiarme de ello. Sí, no hablo como uruguaya, pero tampoco lo hago como colombiana. Estoy exiliada de acento puro y, en cambio, y por fortuna, tengo uno que es de ninguna parte. Ninguna nacionalidad va a decir “ella habla como nosotros”, entonces, ¿cuál es mi nacionalidad? Así que, para poder nombrarme, tengo que inventarme algo. Soy una amalgama y en esa hibridez, he encontrado que la palabra que mejor me cabe es “latinoamericana”.
SERGIO ALZATE
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