Pueda no ser una pregunta muy taquillera, pero a través de las novelas nos cuestionamos si acaso la condición de riqueza económica puede generar tantos conflictos como la de la pobreza económica. Me refiero a conflictos humanos: es decir, a circunstancias en las cuales el dinero o la falta del mismo coinciden como motivos para ser infeliz. Suena paradójico (y algo humillante), pero en el corazón de las personas tanto se puede sufrir por tener mucho como por tener nada.
Lo rico no quita lo conflictivo: al contrario, como si se generara una simetría invisible de posibilidades e imposibilidades frente a la libertad, con novelas como la última de Felipe Restrepo Pombo abrimos un espacio donde nos enfrentamos a personajes que, lejos de querer abandonar la pobreza para cumplir su sueño americano, forman parte de un círculo de poder del cual se quieren liberar para poder encontrar la libertad.
Se trata de Ceremonia, la segunda novela del periodista, escritor y editor bogotano, luego de Formas de evasión (2016). Si en su primera obra había desarrollado el interés del voyeurismo para poder adivinar e identificar personalidades anónimas, su interés psicológico y su voluntad por delinear personalidades humanas vuelve a tomar el protagonismo en esta segunda novela.
Restrepo ha trabajado con rigor por el puesto que ahora le es reconocido como uno de los más grandes cronistas de nuestro país y de América Latina, género en el que se ha puesto los guantes de trabajo psicológico para traernos una prosa que fluye a borbotones al crear perfiles que nunca pierden su frescura: basta con pensar en Perfiles anfibios, en 16 retratos excéntricos o en Nunca es fácil ser una celebridad. Restrepo ha logrado hacer increíblemente efectivo su ojo periodístico para delinear perfiles humanos, y en esta ocasión trajo el andamiaje para desmenuzar a través de su narrativa esa pérfida y siempre malvada clase alta latinoamericana.
Porque los Ibarra representan todo lo malo y nocivo de los países con desigualdad económica y social, de allí que nos hable al oído como familia sobre la cual ya hemos escuchado muchas veces en los diarios o telenoticieros. El patriarca Arturo Ibarra logra amasar una inmensa fortuna con la explotación carbonífera, y convierte su finca Santa Lucía en un imperio del desfogue sexual una vez consigue que su familia entera vaya a vivir a la ciudad y así dejarlo solo a merced de las jovencitas que le traen para satisfacer sus deseos.
Desde el día en que vio con sus propios ojos que su hijo Mauricio no fue capaz de sacrificar un animal con sus propias manos, lo comprendió como débil y por lo tanto incapaz de heredar su sueño y templanza. Pero una enfermedad degenerativa lo convierte en un cuerpo abandonado que duerme sin reposo en una cama, y entonces Mauricio, golfista empedernido, es quien se encargará de continuar con el crecimiento de la empresa familiar. Pero los conflictos familiares se heredan, y quienes cargan con una herida abierta son los nietos Daniela, Patricio y Valeria.
La primera, víctima de la servidumbre política que siempre está emparentada con el poder económico, al casarse con la mano derecha de quien se convertirá en presidente, y luego escogerá una secta que le invita a cumplir el sueño cada vez más apetecido de convertirse en una líder; Patricio, quien vive en una confusión sexual que le obliga a buscarse entre amantes peligrosos y otro tipo de servidumbres carnales, sin poder abrazar sus deseos y sueños sexuales; por último Valeria, artista que brilla y triunfa con su exposición, en gran medida porque quién no le va a comprar cuadros a alguien que forma parte del clan Ibarra.
La fórmula narrativa para el desarrollo de los personajes es el engranaje de una cadena invisible que somete y sujeta a los personajes adinerados. No hay escapatoria a la tentación, no hay escapatoria para el flagelo y el aprovechamiento: pareciera que la naturaleza económica de sus personajes es la que decide por ellos, como si el velo del privilegio y de las ventajas fuera un traje demasiado apretado para poder ser liberado. Un corsé increíblemente caro, y con un paso de facturas que, al final de la novela, se probará como mortal.
La novela recuerda que de los imperios construidos con dinero y no con sentido moral quedarán apenas ruinas imperceptibles y poco recordadas
Restrepo retrata con la naturalidad narrativa que nos tiene acostumbrados en sus crónicas, y conocemos a los personajes de cerca a través de la ambientación de sus espacios privados y por otro elemento que el lector no tardará en percibir: la utilización de nombres de marcas exclusivas para la recreación de los espacios exclusivos. Pero hay algo que el lector echará en falta, y puede ser posiblemente la ausencia de una mirada introspectiva más compleja en cuanto articulada en la narrativa de las vidas de esos personajes atenazados bajo el yugo del privilegio.
El narrador los ve en el detalle de la apariencia, mas no en el interior de sus anhelos. Atendemos al auge y caída de la familia; sin embargo, el microcosmos de la novela, la vida interior de los personajes que la conforman se queda corta como conjunto y nos deja, a veces, con la liviandad propia de una clase alta latinoamericana. Es decir, con la apariencia de las cosas, mas no con su contenido: con sus marcas y sus actividades y sus planes sociales, no con una aproximación que nos permita comprender dentro del mundo narrativo lo que todos estos elementos pueden hacer en la historia. Contamos al final con lo que parece ser un collage narrativo de los perfiles, mas no con una obra cohesionada que nos permita conocer las tensiones prometidas desde un inicio.
En Ozymandias, uno de los más famosos poemas de Shelley y que mejor representa la fugacidad del poder, encontramos los restos de una estatua del rey que lleva el mismo nombre con una leyenda que nos recuerda todo lo que fue. La novela de Restrepo no echa mano únicamente de la opacidad moral de muchas familias de la clase alta latinoamericana, sino que también recuerda que de los imperios construidos con dinero y no con sentido moral quedarán apenas ruinas imperceptibles y poco recordadas. “Tal vez ese era el desenlace de todas las historias, incluso las que parecían más sólidas: esfumarse sin dejar rastro”, dice el narrador en la última página. De los privilegios, a la difusa decadencia.
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