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Piedad Bonnett y una casa a punto de caer
Su nueva novela es Qué hacer con estos pedazos. El 29 de enero, en el Hay, hablará de su obra.
En la más reciente novela de Piedad Bonnett, Qué hacer con estos pedazos, una casa y la familia que allí vive están a punto de desmoronarse. Mientras afuera, en las calles, hay marchas y pedidos conmovedores de cambio, adentro, entre libros, Emilia, la protagonista, revive sus propias heridas personales, familiares y sociales. Saltando de un presente cuestionador y difícil a unos fragmentos de pasado aún en carne viva, la novela mira mordazmente un orden social aparentemente inalterable: un orden cuya transformación es tan fervientemente deseada como temida.
Empecemos hablando de la piedra, de la forma como entra ese elemento desde la primera oración de la novela: “A veces basta tirar una piedra sobre un tejado para que una casa se desmorone”. Por un lado, la piedra es esencial en la construcción de una casa, está en los cimientos; por el otro, y como aparece en esa escena, es lo que evidencia la fragilidad de la casa, su engañosa solidez…
El tema de la casa ha sido muy obsesivo en mi literatura. En esta novela me sirve para hablar de lo íntimo, de lo privado, y también funciona como metáfora de la familia, esa entidad tan definitiva en cualquier vida, y tan mitificada e idealizada… Si voy a la frase que citas, y volviendo a lo metafórico, cada miembro encaja en una familia como encajan las piedras de una casa, y entre piedra y piedra puede haber fisuras, tal vez grietas, aunque nadie las note. Esto lo ejemplifica muy bien Poe en su famoso cuento La Casa Usher: la decadencia de una estirpe se representa en la vieja mansión, que después de años de permanencia se viene al suelo.
Al mismo tiempo, afuera de la casa está ocurriendo la protesta social. Imposible no pensar en la piedra como uno de los símbolos más emblemáticos de las marchas que buscan un necesario y urgente cambio social y económico. En la novela, esa piedra que puede provocar un derrumbamiento está dentro de la casa misma (con la remodelación de la cocina) y afuera, con las marchas… Hablemos de esa sensación de inminencia que está presente en toda la novela en contraposición al deseo de calma y orden de algunos de los personajes.
En efecto, yo he localizado la historia en un presente de protestas ciudadanas, de manera que las zozobras internas se corresponden con la zozobra social, con la crisis del mundo de “afuera”. Las piedras de la protesta simbolizan el deseo de romper un sistema de cosas que parece inamovible. La remodelación de la cocina, con todo lo que tiene de patético, cómico y dramático, amenaza con descarrilar otro sistema, el familiar, su orden aparente, y pone en evidencia, a ojos de la protagonista, la crisis de sus relaciones afectivas. Como en mi novela anterior, lo que me interesó fue mostrar un borde, la amenaza de que la estabilidad se rompa. La tendencia a la quietud de Emilia, la protagonista, pero sobre todo del padre, es una forma del miedo: aferrarse a lo que permanece.
Los personajes están al borde de un colapso emocional y la historia los va empujando cada vez más al límite. Pienso que en tu obra, y específicamente en este libro, la voz poética narra el miedo narrando con miedo.
Cuando escribo, cómo no, tengo miedo. De fracasar, de repetirme, de aburrir, y de muchas cosas más
Cuando escribo, cómo no, tengo miedo. De fracasar, de repetirme, de aburrir, y de muchas cosas más. Pero espero que eso no se transparente. Aquí tuve miedo de que el peso de lo cotidiano que está ahogando a los personajes aplanara el lenguaje o me hiciera caer en lo trivial. Por eso, cuando llevaba escritas unas treinta páginas con un lenguaje deliberadamente simple, reaccioné y volví a empezar con otro tono. A partir de ahí la escritura fluyó mejor. Pero el miedo siempre está ahí, como palanca de exigencia.
Al incluir una coyuntura política tan específica en la novela, la protesta social, los personajes quedan ubicados en un tiempo muy concreto, a diferencia del no tiempo, de la no cronología en la que también viven, al estar recordando una y otra vez episodios punzantes de su memoria personal…
Así es. La tensión que crea en Emilia lo coyuntural (la debacle doméstica, la enfermedad del padre, el viaje, la pausa obligada) provoca en ella un estado reflexivo que desata recuerdos, asociaciones, balances… Intenté que el ritmo de la novela y su dinamismo fueran el resultado de ese ir y venir del tiempo muy preciso de los acontecimientos presentes, a otro, el tiempo psicológico, volátil, desordenado, arbitrario.
Pasa con esta novela lo que pasa con el libro de Jean Améry citado por Emilia: “Aquí vamos a tropezarnos constantemente con el individuo que envejece”…
Cada signo de vejez que va apareciendo, cada arruga, cada limitación, cada renuncia, nos produce extrañeza, un rechazo inicial
Como muestra con gran tino Milán Kundera, en la persona que envejece persevera, trágicamente, la que fue joven. Por eso, cada signo de vejez que va apareciendo, cada arruga, cada limitación, cada renuncia, nos produce extrañeza, un rechazo inicial o una pequeña tristeza que debe transformarse en aceptación si queremos salvarnos de un amargo desacuerdo con nosotros mismos. Hablar de ese proceso fue uno de mis principales intereses.
Quisiera preguntarte por dos decisiones escriturales puntuales: el uso de la tercera persona en este libro y el hecho de que todos los personajes tengan un nombre excepto “el marido”.
Aunque la novela está escrita en tercera persona, me impuse una limitación deliberada: el lector ve sólo las cosas que Emilia cree ver. Entonces puede dudar, disentir, o identificarse con sus puntos de vista. Eso me permitió moverme entre el distanciamiento del narrador que está “afuera” de sus personajes y el aire íntimo que hay en toda narración en primera persona. Creo que esas elecciones me permitieron, también, cierta ironía. Quizá que el marido no tenga nombre tenga que ver con eso, con un deseo de ser mordaz. Cada vez que le ponía nombre me sonaba a falso. Así que se fue quedando “el marido”, con toda la carga de ese apelativo.
En lo que respecta a los hijos, hay dos tipos de duelo: un duelo por el hijo que murió a los 11 meses de nacido, y un duelo por la relación dura, difícil, entre la madre y la hija, un duelo que tiene que ver con cómo la hija ha construido una vida sin la presencia de la madre. En otras palabras: un duelo por lo que ya no está física, concreta, presencialmente en el mundo; y un duelo por lo que sigue afuera, en el mundo exterior, aún con vida, pero igualmente inasible…
Los duelos por los muertos terminan por ponerse en un lugar, doloroso pero definitivo. El duelo por alguien que está vivo atormenta
Los duelos por los muertos terminan por ponerse en un lugar, doloroso pero definitivo, sin apelaciones. El duelo por alguien que está vivo atormenta porque incluye expectativas y provoca malestar, pues nos hace preguntarnos por nuestras propias falencias o culpas. Este tipo de duelo es más doloroso, creo, cuando se trata de una relación entre padres e hijos, y creo que la literatura lo ha tratado muchas veces. Está en Lear, en Papá Goriot y en muchas otras obras.
“Un cordón umbilical de tinta rabiosa”, escribes. Esa imagen funciona como metáfora de la escritura de esta novela, de las decisiones estéticas a la hora de escribir esta historia: lazos afectivos profundos no exentos de ira y frustración.
Lo dices bien: si no fueran profundos, no provocarían ira y frustración. Creo que mi novela habla de apegos y desapegos. Y del desconocimiento que los padres solemos tener de una parte de la vida de los hijos –e incluso de sus gustos e intereses– y de cómo ellos pueden llegar a desconocer casi todo sobre los padres. En relación a los padres, las preguntas sobre quiénes fueron suelen llegar tarde. De hecho, hay infinidad de libros donde los escritores tratan de reconstruir quién fue el padre o quién fue la madre.
Hablemos del lazo madre-hija, de las dificultades propias de esa relación (que pienso son muy distintas a las del lazo madre-hijo). La relación entre ambas mujeres es claustrofóbica, pero algo las une: las dos están presionadas por una serie de expectativas e imposiciones sociales, por una estructura de pensamiento y de sentimiento alrededor del matrimonio, de la maternidad, que las aliena al tiempo que provoca una solidaridad y comprensión la una de la otra.
Portada de la nueva novela de Piedad Bonnett, editada por Alfaguara. Foto:Archivo particular
La relación madre-hija suele estar llena de ambivalencias, y la literatura hecha por mujeres se ha ocupado del tema con grandes aciertos. Una de las que mejor trata este tipo de relación es Vivian Gornick, en Apegos feroces. En cuanto a Emilia y Pilar: las dos son muy distintas y viven sus matrimonios de manera muy distinta. Creo que la hija ha decidido construir una vida “perfecta” como reacción a la problemática relación de sus padres. Y que su distanciamiento encierra una crítica feroz contra la madre. Creo, y así lo mostré aquí, que las mujeres somos infinitamente más implacables con las madres que con los padres. Y en general con las demás mujeres.
Hay una violencia patriarcal que vamos viendo a lo largo de la novela: una violencia sobre la cual Emilia escribe como periodista, pero que ella atestigua y vive desde comentarios muy sutiles que van haciendo mella, erosionando, irritando, hasta el momento de un feminicidio. Es decir, la novela va siguiendo el trazo de unas violencias simbólicas hasta que éstas estallan en matanza.
Desde hace mucho que me he interesado por la violencia patriarcal, que he reflejado sobre todo en mi dramaturgia. En Qué hacer con estos pedazos quise trazar un mapa sutil de las muchas violencias que las mujeres padecemos a diario, pero centrándome sobre todo en la que no lo parece y que abunda en el ámbito cotidiano, la que se manifiesta en silencios, repentinos alzamientos de voz, insolidaridad, manipulación, descalificación soterrada, etc. Los llamados micromachismos, tolerados desde siempre, y naturalizados en muchas relaciones: de pareja, laborales, filiales. Soy una convencida de que muchas de nuestras grandes violencias tienen su raíz en la violencia intrafamiliar.
El marido vive el encuentro de clases sociales como amenaza. Este tropo ha estado en muchas producciones culturales colombianas y dice, claro, mucho de nuestro país. Por ejemplo, en Los victorinos, cuya premisa es que si las clases sociales se encuentran en un solo lugar habrá muerte. En lo que respecta al marido, prefiere esconder algunos objetos durante la remodelación de la cocina para “quitarles cualquier tentación a los obreros”…
En sociedades como la nuestra, los prejuicios de clase y el maltrato al otro se acentúan en esos mundos jerarquizados
El marido en esta novela es un hombre que viene de un mundo con poder, y ahora está huérfano de él, con todo lo que esto significa. En sociedades como la nuestra, los prejuicios de clase y el maltrato al otro se acentúan en esos mundos jerarquizados, donde el desprecio por el subalterno o por “el distinto” es frecuente. Como en el micromachismo, sus actitudes son estructurales, se han naturalizado. No hace mucho lo vimos de otra manera: algunos, a partir de sus prejuicios, no dudaron en esgrimir sus armas desde la seguridad de sus hogares contra los manifestantes que se adentraban en sus “territorios”, por considerarlos una amenaza. Todo esto está muy relacionado, aunque no lo parezca.
Mima, la empleada, provoca en Emilia esta pregunta: “¿Has pensado en lo que significa no poder cambiar de vida? ¿O que ni siquiera puedas pensar que esa opción existe?”. Por un lado, tenemos el destino social de Mima (y la protesta social ahí, recordando que nadie tiene que sentirse condenado), y por el otro, las consecuencias del “proceso de aburguesamiento” de la propia Emilia. Me interesa esa crítica al proceso de aburguesamiento.
El proceso de aburguesamiento de Emilia puede verse en la novela de distintas maneras: en ese irse rodeando de cosas, de objetos que acompañan y a la vez estorban; también en despedirse, de facto, de la aventura, arrastrada por la corriente de la costumbre, pero también obligada a la renuncia. La dependencia también le ha quitado alas. El término aburguesamiento no pretende, sin embargo, mostrar a Emilia como un ser banal. De hecho, ella vive su circunstancia con cierto malestar, no ha sucumbido a prejuicios y estereotipos y ha construido un pequeño universo personal que la salva de la esterilidad.
Tanto Emilia como el marido tienen una relación muy compleja con sus respectivos hermanos: de tensa calma, de competencia, rivalidad histórica… Los hermanos aparecen como personas muy ajenas entre sí, pero unidos de manera indefectible por una historia común que también los asfixia. Los hermanos, ese punto ciego de Freud… Hablemos de ellos.
La poeta Piedad Bonnett tuvo el primer o con la poeta belga Chantal Maillard por medio de un e-mail, en junio de 2017. Foto:Cortesía de la escritora
Bueno, suele ser así, hasta puntos dramáticos como el de Caín y Abel. Compartir una misma historia, de raíces hondísimas, crea un vínculo que es casi tribal, que permanece como una fuerza original que, sin embargo, no excluye la comparación, la rivalidad, la envidia, etc. Por lo demás, pueden coexistir perfectamente afectos profundos con miradas críticas, y a menudo con fricciones y distanciamientos. Creo que parte del conflicto entre hermanos nace de que nos reconocemos en el otro, y ese reconocimiento a menudo nos choca, nos violenta. También es cierto que se nos ha impuesto culturalmente la idea de la armonía como un deber familiar. Entonces muchos de esos conflictos no se tramitan, y se enconan en un silencio dañino.
En tus libros aparece el pensamiento mágico como algo que ocurre simplemente, algo que ocurre a pesar de que los personajes son seres racionales, intelectuales, que no quieren dar espacio o abrir la puerta a ese tipo de elucubraciones. ¿Qué lugar tiene el pensamiento mágico durante tu escritura?
Creo que en todos nosotros existe ese tipo de pensamiento como una fuerza atávica que nos acecha y a veces amenaza nuestro pensamiento racional. En el mejor de los casos, ese pensamiento tiene que ver con una intuición poderosa, una capacidad simbólica, un cierto poder premonitorio, y se puede capitalizar. Y en su peor manifestación puede convertirse en superstición o creencias sin sustento.
Quisiera destacar los contrapuntos a la mirada de Emilia que nos vamos encontrando a lo largo de la novela. Por ejemplo, justo cuando aparece el matrimonio, la vida en pareja, como un infierno, una amiga le dice que eso es mucho más llevadero que la soledad. Eso dialoga con los epígrafes del libro: “El infierno son los otros” (Sartre) y “El infierno soy yo y aquí no hay nadie” (Lowell). Asfixia por lado y lado…
Mientras más libre es el vínculo, menos nos afecta. Por eso la relación ideal es la que nos une con un amigo
Estamos ante un grandísimo tema. “El infierno son los otros” apunta a lo que ya han señalado el psicoanálisis y la filosofía: que el prójimo es nuestro límite, y por eso nos afecta. Mientras más cerca está el otro más riesgo hay de que nos constriña: el cónyuge, el padre o la madre, el hermano. Mientras más libre es el vínculo, menos nos afecta. Por eso la relación ideal es la que nos une con un amigo: una escogencia libre y también prescindible. Pero el precio que se paga por la libertad puede ser una soledad que implica esfuerzos o que cause insatisfacción, pues para algunos es sinónimo de fracaso. ¿Hasta dónde comprometerse en el amor? ¿Qué perdemos cuando contraemos un compromiso afectivo? Es uno de los grandes dilemas del ser humano, un tema importante de la novela moderna, y una reflexión riquísima en los libros de Zygmunt Bauman.
Hay, a lo largo de la novela, una oda permanente a la lectura, a los libros. La biblioteca aparece como refugio y lugar de una búsqueda incesante, pero también como caos e incluso como espacio de desasosiego…
Tal cual, Giuseppe. Refugio, espacio donde se es feliz, el paraíso del que hablaba Borges, pero también un lugar donde elegir puede ser un tormento y donde el montón de libros que esperan puede causarnos mucha ansiedad. Cada libro que escoges para leer implica tres o cuatro renuncias o postergaciones. Nada te recuerda más que tu tiempo es finito que una biblioteca.
Finalmente, ¿cómo está tu biblioteca hoy? ¿Qué estás leyendo y qué nos dice de los proyectos escriturales que siguen?
Mi biblioteca sufrió una poda necesaria en pandemia. Pero tiende a multiplicarse, abrumadoramente, porque no puedo dejar de comprar. Me pueden las ganas y la curiosidad, y luego me repito, como Emilia, viendo cómo crece el montón de lecturas “inmediatas”, que soy una insensata, una adicta. Estoy leyendo Las pequeñas virtudes, de Natalia Ginzburg, un libro de Darío Melossi sobre el fracaso del sistema carcelario, y el último de Haruki Murakami, Primera persona del singular, que me está pareciendo muy flojo. Y ya viene empujando un proyecto nuevo, una especie de ensayo con fondo autobiográfico sobre el cuerpo y la condición de ser mujer. Con esperanzas, siempre, de que no me abandone la poesía.