Lo que se venía gestando como una discreta revolución ha tenido un impulso poderoso en 2025. La moda masculina ha dejado de estar en una esquina de la industria para ser parte de la imagen principal.
El empuje definitivo vino del Instituto del Traje del Museo Metropolitano de Nueva York, que por primera vez en más de dos décadas dedicó su exposición principal al vestuario masculino con Superfine: Tailoring Black Style, una muestra sobre el dandismo negro y su vínculo con la sastrería como forma de expresión cultural. La última vez que se abordó el menswear fue en 1999, con Rock Style.
Históricamente, el traje ha funcionado como uniforme de poder y escudo en momentos de crisis. Hoy, en un mundo marcado por tensiones sociales y políticas, reaparece como un acto estético de resistencia y libertad.
Lejos del molde clásico, las colecciones otoño/invierno 2025 propusieron lentejuelas, estampados florales, transparencias, animal print y patchwork. En París, Dior abrió su pasarela masculina con una corbata usada como venda y una pieza que parecía ser un suéter pero era un abrigo llevado al revés, con los botones en la parte posterior y una ilusión óptica creada por una faja asimétrica. La colección, que también incluyó trajes rosados con moños gigantes al reverso, fue la despedida del diseñador inglés Kim Jones como director creativo de Dior Homme, lugar que ahora ocupa el irlandés Jonathan W Anderson.
En el mismo escenario, el diseñador estadounidense con raíces mexicanas Willy Chavarría debutó en la Semana de la Moda de París con Tarantula, una colección que consolidó su estatus como una de las voces más poderosas en la moda masculina actual. Inspirado en los zoot suits de los años 40 y en la cultura chicana, mostró trajes en terciopelo, satén y cashmere en tonos vibrantes como rojo, verde y amarillo mostaza. Su enfoque celebra lo marginal y politiza la sastrería con raíces en la clase trabajadora, la comunidad migrante y queer.
El inglés Peter Copping debutó en Lanvin con una lectura masculina del legado de Jeanne Lanvin. Mientras que la marca Kidsuper, del artista neoyorquino Colm Dillane, mostró una colección que bien podrían usar los sobrevivientes a un apocalipsis futurista, con abrigos hechos a partir de retazos y trajes con líneas de corte visibles.
En Milán, Prada hizo una oda a la estética ‘ugly-chic’ con una colección que incluyó estampados florales y looks completos de recortes de cuero desgastado; y David Koma debutó en menswear con prendas en tejido de punto, camisetas en cachemira, corbatas de pelos y rios traídos del deporte, como las bufandas de estadio, reinterpretados con mallas y cristales. Ambas colecciones son un guiño a la estética de los Hedi Boys, esa figura andrógina y delgada inspirada por el estilo rockero del diseñador Hedi Slimane, ícono viral entre la generación Z.
En Nueva York, el diseñador mexicano Patricio Campillo presentó Fictions of Reality, que mezcló realismo mágico, cultura charra y sastrería clásica con piezas como una chaqueta de plumas de gallo o una camiseta blanca con el texto “Golfo de México”. Christian Cowan, también desde la misma ciudad, propuso trajes en bloques de color con broches metálicos en forma de rosa que atravesaban la tela como cierres.
Con rumores de un Chanel masculino en el horizonte, la moda de hombre no es ya un eco del lujo femenino ni un uniforme gris. En 2025, el menswear se reafirma como un lenguaje propio, donde historia, deseo e identidad se entrelazan con fuerza.