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Noticia
Historias del cosmos: Ángeles en el firmamento
No es casual que los antiguos vincularan a los ángeles con las estrellas pues parecían compartir un mismo dominio.
Tomás de Aquino, quien propuso que cada esfera planetaria era movida por una inteligencia celeste, un ángel. Foto: Copyright www.ralfhettler.com
Antes de que supiéramos de galaxias, nebulosas o exoplanetas, veíamos figuras, patrones y mensajes en el firmamento. Así nacieron las constelaciones, los mitos celestes y, entre ellos, la idea de los ángeles.
La palabra ángel, proveniente del griego angelos (mensajero), se asoció desde la antigüedad con seres alados que habitaban los cielos, una especie de emisarios entre lo divino y lo humano. No es casual que los antiguos vincularan a los ángeles con las estrellas, pues ambas entidades parecían compartir un mismo dominio, uno inalcanzable, misterioso y luminoso.
En la Edad Media, la cosmología aún estaba dominada por la visión geocéntrica de Claudio Ptolomeo. Se creía que los planetas se movían en esferas de cristal concéntricas, girando alrededor de la Tierra. Esta estructura celeste, perfeccionada por el pensamiento aristotélico, fue adoptada por teólogos como Tomás de Aquino, quien propuso que cada esfera planetaria era movida por una inteligencia celeste, un ángel. Los cielos eran entonces una sinfonía de movimiento, luz y música, la célebre armonía de las esferas, donde los ángeles actuaban como motores invisibles del cosmos.
Hoy sabemos que el universo es aún más asombroso de lo que imaginaron. No son ángeles quienes mueven los hilos de los astros, sino fuerzas como la gravedad, o procesos como la fusión nuclear, la expansión del universo y muchos otros. Sin embargo, la sensación de sobrecogimiento y belleza que sentimos al contemplar el cielo nocturno permanece intacta.
Saber que las estrellas nacen, viven y mueren, o que muchos de los elementos que nos conforman se forjaron en explosiones de supernovas, o que existen galaxias que giran como remolinos a millones de años luz, no disminuye la maravilla, simplemente la amplifica.
Y pese a la precisión del lenguaje científico, los astrónomos también recurren de vez en cuando a la poesía de los nombres. Así, en la constelación de Perseo se encuentra la Nebulosa del Ángel (IC 351), una estructura tenue de gas y polvo que, con ayuda de telescopios y algo de imaginación, parece el perfil etéreo de una figura alada. Otros objetos celestes también evocan formas aladas, como NGC 7000, la Nebulosa Norteamérica. En ocasiones, la forma o la luz de estas estructuras parece resonar con símbolos profundamente arraigados en nuestra cultura.
Orion Nebula Foto:Nasa
Incluso en el terreno de la astrobiología, algunas teorías especulativas han considerado la posibilidad de que civilizaciones tan avanzadas que, al encontrarlas, podrían parecernos, desde nuestra perspectiva primitiva, casi como “ángeles tecnológicos”. Arthur C. Clarke ya lo advertía, cuando mencionaba que “toda tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”.
Entonces, ¿qué lugar tiene la palabra ángel en la astronomía de hoy? Tal vez no como categoría científica, pero sí como símbolo de nuestra constante búsqueda de sentido en el cielo. Porque al final, cada estrella que descubrimos, cada galaxia que cartografiamos, es también un mensaje, un recordatorio de que estamos conectados con el universo, no por alas, sino por la curiosidad y el asombro. Y quizás eso, en el lenguaje moderno, sea lo más cercano a volar.
SANTIAGO VARGAS
Ph. D. en Astrofísica
Observatorio Astronómico de la Universidad Nacional