Hay causas que uno tiene tatuadas en el alma. Uno no las escoge; la vida, simplemente, nos lleva a ellas. La mía es la “no repetición”. El país donde nací y las circunstancias que me tocó vivir pavimentaron mi camino hacia ese propósito.
Por más de 20 años creí, como muchos, que la paz se alcanzaba mediante acuerdos políticos. Pero, pasados más de ocho años de la firma del acuerdo de paz con las Farc, es evidente que la repetición sigue estando dentro de las posibilidades de todos los colombianos.
En el caso de las personas que ya formaron parte del conflicto armado, la experiencia del país ha demostrado que ni el perdón ni, la justicia ni la verdad aseguran la no repetición. Lo único que verdaderamente la hace posible es la conciencia del daño cometido. Quien logra tomar distancia de sus actos y reconocer el impacto que estos han tenido en otros y en sí mismo se distancia completamente de la guerra.
De cara a la prevención de nuevas violencias, el acuerdo de paz firmado nos deja dos lecciones fundamentales: por un lado, sin presencia efectiva del Estado en los territorios abandonados por las organizaciones armadas ilegales, surgen nuevas y más complejas formas de violencia; y, por el otro, un acuerdo de paz entre élites no es suficiente para transformar realidades en las regiones, garantizar entornos de convivencia pacífica y disuadir la vinculación de nuevos actores con la ilegalidad. La paz no se firma, se teje.
Para atender estas dos lecciones es necesario enfocarse en tres pilares fundamentales: Estado, dignidad y oportunidades.
La presencia del Estado en el territorio es crucial para garantizar la no repetición. En los testimonios de la población civil afectada por las peores atrocidades de la violencia se repite un patrón: el reclamo por el abandono del Estado. En estos lugares, la institucionalidad no logra imponer orden, hacer cumplir la ley ni garantizar la provisión de bienes y servicios públicos. El vacío que deja el Estado lo ocupan las organizaciones armadas ilegales, y frente a esto no hay respuesta más efectiva que “más y mejor Estado”.
La apuesta por la dignidad y el reconocimiento del otro es determinante para tejer paz en el país. No hay una forma más eficiente, rápida y barata para superar la polarización que reconocer y humanizar al otro. “Escúchennos”, “valórennos”, “téngannos en cuenta en la toma de decisiones que nos afectan”, “construyan ‘con’ nosotros, no ‘para’ nosotros” son llamados reiterativos de la población general hacia los tomadores de decisión. Hilar lo que está roto requiere un trabajo diario, colectivo y paciente orientado a reducir la estigmatización y tender puentes entre personas que piensan y viven distinto. En últimas, tejer relaciones humanas eleva el nivel de conciencia social y transforma el imaginario colectivo. No cuesta dinero; así que, como sociedad, no tenemos excusa para equivocarnos allí.
Finalmente, la no repetición exige “nivelar la cancha” y reducir desigualdades estructurales para garantizar el a las oportunidades. En Colombia hay dos oportunidades que hoy son determinantes como motores de la transformación: seguridad alimentaria y educación. Priorizar estos pilares del desarrollo es decidir, en últimas, cómo queremos invertir en el bienestar y la productividad de las próximas generaciones.
Un problema tiene muchas soluciones. La apuesta que se plantea aquí para evitar la repetición se fundamenta en la presencia del Estado en el territorio, la dignidad y las oportunidades. Si bien no es el único camino, sí es uno que puede empezar a desenredar el nudo de anzuelos en el que está atrapado el país.