Después de una semana del nuevo "día de la liberación" proclamado por Donald Trump, el impacto de las medidas tomadas por su istración sigue sacudiendo la economía y la política del mundo, pues la brillante idea de imponer aranceles por doquier ha generado inestabilidad en los mercados, preocupación entre dirigentes políticos, discusiones académicas y una incertidumbre generalizada en el público, que, así no entienda del todo el alcance de dicha decisión, sí percibe que se trata de una situación anómala, solo vista en momentos muy críticos, como hace cinco años, a raíz del covid-19.
Sin embargo, a diferencia de lo que ocurrió en medio de la crisis de la pandemia, en esta ocasión, la emergencia no está ligada a un hecho imprevisto, sino que es producto de los caprichos de un mandatario que no se ha caracterizado propiamente por la práctica de la ortodoxia en su estilo de gobernar.
Desde luego, no es muy fácil entender qué habrá llevado a Trump a tomar una decisión con la que, si bien golpea a algunos de sus rivales y contradictores políticos en el resto del mundo, también perjudica de manera grave a muchos de los aliados estratégicos de Estados Unidos que, al borde del shock, oscilan entre las retaliaciones y la prudencia, y no tienen claro cómo responder a una acción unilateral, a todas luces arbitraria y desprovista de justificaciones técnicas.
Y aunque algunos podrían suponer que todo va en línea con la promesa electoral de recuperar la grandeza de su país (make America great again), el asunto va mucho más allá de un lema de campaña, por muy pegajoso que sea.
De hecho, Ronald Reagan y Margaret Thatcher deben estar revolcándose en sus tumbas al ver cómo, con esta "bomba de tiempo", Trump va a acabar en la práctica con el libre comercio, y a volver añicos la economía de Occidente tal y como la conocemos. No en vano, el mismo día del fatídico show presidencial en la Casa Blanca, The Economist advertía que Trump, "en el espacio de diez semanas, ha erigido un muro de protección alrededor de la economía estadounidense similar al de finales del siglo XIX".
Evidentemente, este paquete arancelario también es un arma política con la que Trump pretende poner el mundo a sus pies, en una jugada muy arriesgada, y que tiene un origen insólito.
La brillante idea de imponer aranceles por doquier es una jugada muy arriesgada, y tiene un origen insólito.
Resulta que el cerebro de esta movida es Peter Navarro, un economista casi desconocido hasta 2016, cuando fue descubierto en las listas de libros de Amazon por Jared Kushner, yerno de Trump, quien lo incorporó como asesor económico a la primera campaña presidencial de su suegro. Desde entonces, ha sido muy cercano y leal al mandatario, incluso a la hora de desconocer el resultado electoral del 2020, motivo por el que estuvo encarcelado varios meses; episodio después del cual recuperó su rol en el entorno del líder republicano.
Curiosamente, para respaldar sus polémicas teorías económicas, Navarro citaba a un experto de Harvard llamado Ron Vara, quien figuraba recurrentemente en sus textos y parecía una fuente de absoluta confianza; salvo por un pequeño inconveniente: no existía.
"Es una persona ficticia. Peter Navarro inventó a Ron Vara para poderlo citar como fuente experta una y otra y otra vez en sus libros disparatados", denunció en su programa de televisión en MSNBC la periodista Rachel Maddow. "Ron Vara es un anagrama de Navarro, que es su apellido", agregó.
En otras palabras, Navarro se citaba a sí mismo para acreditar sus descabelladas tesis económicas, y al quedar en evidencia reconoció que Ron Vara era un personaje inventado, y declaró que se trataba de una broma.
El problema es que esa broma se urdió para reforzar el plan de revivir el proteccionismo, una propuesta que tampoco suena muy divertida. Que lo diga Elon Musk.