Las más recientes señales advertidas en la institucionalidad istrativa y académica de la Universidad Nacional de Colombia, así como las masivas expresiones solidarias registradas en el campus universitario, en su entorno y en sus sedes territoriales tras la crisis que sacudió al órgano superior de dirección –CSU–, transmiten el afortunado final de un trance que estuvo a punto de paralizar la posibilidad de adoptar un proceso de avanzada en nuestra alma mater.
El CSU, pese a los aislados esfuerzos de algunos de sus actores por encubrir situaciones contradictorias a la normatividad, no pudo ofrecer sustancial argumentación para designar a quien estuvo lejos del ganador de la consulta. Para nadie es un secreto que quien obtuvo la mayor participación estamental fue el prestigioso y lúcido profesor Leopoldo Múnera, quien alcanzó limpiamente más del tercio de la votación entre diez candidatos.
Teniendo en cuenta el principio participativo que gobierna a la Unal, la consulta –si bien no es vinculante– es un mecanismo de información y orientación para la decisión del CSU, pues los profesores, estudiantes y egresados expresan con su afirmativa participación una opinión que amerita respeto y, por tanto, una acogida sin esguinces que cierra y legitima el proceso.
Sin embargo, como lo advierte el eminente profesor y jurista Rodrigo Uprimny, quien ha seguido con lupa de experimentado investigador científico: “El CSU eligió al docente José Ismael Peña, a pesar de la trayectoria impecable de Múnera, de su indiscutido reconocimiento académico internacional, y se abstuvo de dar cualquier explicación por cuanto optó por el voto secreto, ante las denuncias de supuestas ‘amenazas’ contra algunos consejeros”.
Es preciso recordar que la designación del profesor José Ismael Peña estuvo rodeada por hechos extraños a la tradición: reuniones previas en la residencia de un consejero y adopción –el mismo día de la elección– de una nueva forma de decisión, propuesta por el exrector Ignacio Mantilla: denominada “método Borda”, un modelo matemático extraído en forma abrupta de la teoría de juegos y usado extraordinariamente en esta ocasión para eliminar candidatos a través de una disposición que le dispensó una especie de jerarquización amañada al proceso.
Las actas de una sesión corporativa como esta son esenciales para que el rector se posesione y deben ser firmadas por la persona que preside el Consejo, en este caso, la ministra de Educación, Aurora Vergara –doctora en Sociología–, quien no estampó su
rúbrica en las actas al concluir la sesión, por cuanto advirtió que allí se estaba maquinando algo que no concordaba con la realidad del proceso de selección.
El 2 de mayo, la ministra dijo: “El acta de designación del rector Peña no consigna, de manera íntegra y transparente, las discusiones y el sentido de las votaciones que se dieron en el marco de la elección, como lo define el artículo 20 del Acuerdo 019 de 2022. Firmaré el acta de la sesión de designación de la nueva rectoría de la Universidad Nacional de Colombia cuando refleje la verdad de lo que allí sucedió”.
“Las actas del máximo órgano de gobierno de una institución no pueden pretender confundir, engañar o establecer, parcialmente, lo ocurrido en un momento trascendental de su historia”, concluyó la ministra.
Al trascender el procedimiento, por lo demás torticero, al que aludía la ministra, causó malestar en la comunidad estudiantil, cuyos líderes prendieron las alarmas y convocaron movilizaciones multitudinarias, al tiempo que otros estamentos académicos expresaron opiniones adversas y señalaron la necesidad de revocarlo.
Ahora, con la elección del respetado profesor Leopoldo Múnera –en quien es preciso resaltar su aguda conciencia de la realidad sociopolítica nacional–, la Universidad Nacional recupera su normalidad y restablece la ruta de transformación que la ha caracterizado, al mantener los niveles de prestigio ético y autoridad científica internacional que le han granjeado la iración hemisférica entre sus pares. Ahora, la Nacho se convertirá en un gran centro académico de investigación científica, en tiempos en que el país asume significativas reformas sociales.
Múnera fue profesor en Ciencias Políticas, decano de la Facultad de Derecho y vicerrector de la sede de Bogotá de la Unal; además, es abogado y magíster en Filosofía del Derecho y Desarrollo. Cuenta con ocho libros publicados y dirigió seis tesis doctorales. Habla italiano y francés de manera fluida.
ALPHER ROJAS CARVAJAL