En los últimos años, los cuentos infantiles han sido modificados para suavizar sus relatos y eliminar rasgos sexistas. Un ejemplo es la versión de Blancanieves de la editorial española Cuatro Tuercas, donde los enanitos cuestionan al príncipe sobre si es correcto besar a una mujer inconsciente o si sería más adecuado llamar a un médico. En Cenicienta, la protagonista desafía al príncipe al comparar su baile con una tienda donde se elige esposa como si fueran zapatos. En La Bella Durmiente, los dones otorgados cambian: en lugar de belleza, dulzura y una voz melodiosa, recibe inteligencia, valentía y la capacidad de argumentar.
Grupos como el colectivo español www.generandoigualdad.com explican que es necesario cambiar los textos porque los cuentos originales trasmiten estereotipos: "Si algo tienen en común las protagonistas de los cuentos populares es, sin duda, su belleza. Todas son guapas, estilizadas, de larga melena y maravillosamente vestidas. Y todas encuentran a su príncipe azul. El hombre, además, adquiere suma importancia en este entorno de cuento que l@s niñ@s asumen como correcto. Él es el protector, el que transmite seguridad a la mujer, el que la cuida y la salva".
Lo que sí me parece esencial es que, sin importar cómo se cuenten, no deben eliminar el conflicto, el sufrimiento ni la presencia de villanos.
Sin embargo, no todos están de acuerdo con estos cambios. Algunos consideran que alteran la función original de los cuentos: preparar a los niños para enfrentar un mundo difícil, reconocer peligros y desarrollar el pensamiento crítico. Argumentan que Caperucita Roja enseña a desconfiar de extraños y que Pinocho muestra las consecuencias de mentir. En general, sostienen que la idea de asumir la responsabilidad por las malas decisiones es un mensaje esencial en la mayoría de estos relatos.
No sé qué pensar. Tanto quienes defienden los cuentos tradicionales como quienes proponen reescribirlos tienen argumentos válidos. Lo que sí me parece esencial es que, sin importar cómo se cuenten, no deben eliminar el conflicto, el sufrimiento ni la presencia de villanos. La vida está llena de dificultades, y si los niños no las conocen desde pequeños, pueden desarrollar una baja tolerancia a la frustración, que es un rasgo sicológico asociado a varios trastornos mentales. A veces la vida es más dura, más injusta y más cruel que el peor de los cuentos. Y a veces también es más esperanzadora que el mejor de ellos.