Muchos aplaudieron el arribo del Presidente y sus funcionarios a La Guajira, para gobernar desde allá por unos días. El representante David Racero destacó lo que denominó “gobierno de proximidad”, práctica que, sin embargo, no es nueva. Todos los últimos presidentes la han aplicado, desde que Uribe celebrara su primer Consejo Comunal en 2003.
Razones para intervenir en La Guajira hay de sobra. Es una de las regiones con peor índice de desarrollo humano del país, según el Global Data Lab. En 2021 fue el departamento con más pobreza monetaria, superando incluso al Chocó. Ninguna cifra, sin embargo, captura tan escandalosamente la tragedia de la península como las muertes por desnutrición de niños wayús que periódicamente reporta la prensa.
No bien había aterrizado el Presidente, se multiplicaban los anuncios y las promesas. El exsenador Gustavo Bolívar trinó un compendio: una universidad, un hospital, un aeropuerto, un aula escolar, titulación de tierras, lucha contra la desnutrición, fomento a las energías limpias, etc. “¿Si era tan fácil –remató–, por qué ningún gobierno lo había hecho antes?”.
Quizá porque prometer, en efecto, es fácil; mucho más complicado es convertir esas promesas en realidad. Es innegable que todos los gobiernos anteriores, los nacionales y, sobre todo, los locales, tienen una cuota de culpabilidad en el abandono de La Guajira. Pero sospecho que Bolívar y sus coequiperos descubrirán muy pronto, apenas intenten implementar lo anunciado, que a lo mejor no era “tan fácil” como pensaban.
Veamos no más lo que han padecido los proyectos Colectora y Windpeshi, ambos fundamentales para la región y para la energía eólica del país. Por la dificultad de las consultas con las comunidades, el primero está retrasado tres años y el segundo, suspendido indefinidamente. Por supuesto que deseamos que se materialicen los sueños del Presidente. Pero decir que es “fácil” roza la hibris.
Otra manera de interpretar este ejercicio del Ejecutivo es como un laboratorio de gobierno, un ensayo o simulacro que anticipa lo que serán los próximos tres años del Pacto Histórico, ahora que se disipó su viento de cola inicial. Al lector que quiera saber cómo funcionará la Casa de Nariño durante el resto del cuatrienio, le sugiero que estudie lo sucedido en La Guajira esta semana. Tiene todos los elementos de una premonición.
Para empezar, el derroche en medio de la miseria: la puesta en marcha de un ministerio de la Igualdad, de imprecisas funciones y dudosa necesidad, pero eso sí, con centenares de nuevos puestos y más viceministerios que cualquier otra cartera. Segundo, la improvisación: la nueva ministra, la vicepresidenta Francia Márquez, no pudo posesionarse por no haber publicado a tiempo su hoja de vida. El acto tuvo que ser aplazado.
Tercero, la grandilocuencia presidencial, el énfasis en decir, no en hacer: palabrería, para mayor agravio, en la tierra donde la palabra es sagrada, principio de la cultura wayú. Me refiero a anuncios como el de que la electricidad limpia de La Guajira podría abastecer a todo el país, “y nos sobra energía”, fantasía inmediatamente desmentida por los expertos.
Pero lo más revelador de este laboratorio de gobierno es que se propusiera habilitarlo por medio de una declaratoria de emergencia económica y social. La aprobación de la medida por la Corte Constitucional no está asegurada. Pero, en cualquier caso, quedamos notificados: el Presidente acudirá a estados de excepción, y al gobierno por decreto, conforme se frustren sus intenciones, como ya sucede, a través de las vías institucionales.
La Guajira es también muchas cosas bellas: “Una dama reclinada”, dice el vallenato de Hernando Marín. Y esta semana se transformó por unos días en una bola de cristal.
THIERRY WAYS
En Twitter: @tways