Iniciando 2023, el grueso de analistas imaginábamos un año lleno de desafíos en lo económico y social. A nivel global, continuaban presiones de costos energéticos que emanaban de la prolongada guerra Ucrania-Rusia. Y, a nivel local, era evidente el errado rumbo de una istración Petro dominada por su ideología izquierdista anti sector privado.
Es entonces sorprendente que los resultados de 2023 no hayan sido mucho peores. A nivel global, la mayor presión de costos provino de los acuerdos de la Opep+, generando persistencia inflacionaria. Ellos intentaban enfrentar la menor demanda energética de China creciendo “solo” al 5 % anual. Así se logró estabilizarlo en US$ 85 el barril, a pesar del conflicto Israel-Gaza que estalló en octubre.
La inflación en Estados Unidos bajó del 9 % en 2022 hacia 3 % al cierre de 2023. Esto permitió contener la tasa de la Fed en 5,5 %, al tiempo que el desempleo se estabilizaba en 3,7 %, su mejor desempeño en medio siglo. Y todo apunta al crecimiento del 2,5 % en Estados Unidos en 2023, frente al 1,8 % presagiado un año atrás. La resiliencia del consumo e inversión, apuntalada por el paquete de infraestructura de Biden, han hecho toda la diferencia frente a Europa.
Y, a nivel político, ha continuado en Estados Unidos la alta incertidumbre electoral, siendo el deseo de la clase no política que Trump viera obstaculizada su candidatura por líos judiciales. Ello permitiría que Biden abriera alternativas frescas a demócratas, quien, justo es reconocer, ha mostrado aciertos en manejo de conflictos globales.
Infortunadamente, perspectivas globales de crecimiento para 2024 son de clara desaceleración: a nivel global bajaría del 3 al 2,6 %; Estados Unidos, del 2,5 a 1,6 %; Europa, de 0,5 a 0,4 %, y América Latina, de 2 a 1,4 %, donde Colombia seguiría estancada al 1 %, tanto 2023 como 2024.
En síntesis, a nivel global se logró sorprendentemente un “aterrizaje suave” en 2023, controlando la inflación y evitando la tensión financiera, aunque mayores tasas de interés reales estarán haciendo mella en 2024. Solo hacia 2025 la Fed podría aliviar dicha carga al regresar la inflación al 2 %.
En Colombia se tiene una grave retracción de la inversión productiva, cayendo -15 % real anual entre enero y septiembre de 2023. Ello ha sido resultado de la animadversión petrista frente al sector privado, quedando cimentado en la reforma tributaria (dic./2022). Ocampo instauró tasas de imporrenta empresariales del 35-40 %, incluyendo 5 % de sobretasas para vitales sectores minero-energético y financiero, y dice en sus memorias sentirse orgulloso de ello (sin empacho). Así han logrado que la relación inversión/PIB cayera al pobre 18 %, causando un descenso del potencial de crecimiento del país del 3 % hacia 2 % anual.
Además, se tiene el agravante de estar dilapidando los mayores recaudos (+2 pps del PIB) al elevar el gasto público del 21 % del PIB de 2019 hacia 26 % en 2024 (aun tras recorte del 1,4 %). Flaco consuelo fiscal es que se le apueste a la incapacidad de ejecución del petrismo. Y también está viva la peligrosa inercia inflacionaria resultante de ajustes salariales de dos dígitos por tercer año consecutivo, coincidiendo con la pérdida de la meta inflacionaria. Por efecto de dicha inercia, el BR se quedó corto en su reciente y oportuno recorte de tasa repo (-25 p. p. s.). Bajo menores presiones inerciales laborales, el BR debería haber podido ubicar su repo en 11 % al cierre del 2023, dada una inflación subyacente cercana al 9 %.
A diferencia de los países desarrollados y del grueso de la región, Colombia cerró con una alta inflación (10 %) en 2023 y amenazas de estar todavía en 7 % al cierre de 2024. Tal vez de las pocas noticias halagüeñas sea que “el establecimiento” ha logrado controlar el descarrilamiento de Colombia, a juzgar por el contundente voto castigo territorial de octubre, dándonos alguna esperanza para el nuevo año.