A escasos dieciséis meses del inicio del próximo ciclo electoral, que arrancará con las elecciones para el Congreso en marzo de 2026, y que antecede a la escogencia del nuevo presidente de la República, quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones acerca del proceso que se avecina, dado el rol que ustedes desempeñan no solo como puntales del sector privado, sino como representantes de primer orden de la sociedad civil.
Antes de continuar, quiero decirles que les escribo, en primer lugar, como ciudadano, pero también como un firme defensor del libre mercado, la libertad de expresión –requisito indispensable en cualquier régimen democrático– y la separación de poderes que, pese a las circunstancias y a los grandes desafíos que enfrentamos, aún están vigentes en nuestro país. Por otra parte, también me dirijo a ustedes como un observador aplicado de la actualidad política, oficio en el que llevo casi cuatro décadas, en las que he seguido de cerca la gestión de una decena de mandatarios, la mayoría de los cuales pasó por el palacio presidencial con más pena que gloria, mientras que unos dos o tres, pese a sus yerros, lograron demostrar que eran idóneos para el cargo.
Dicho lo anterior, no está de más subrayar que en cada caso –y dejando de lado las valoraciones individuales– es evidente que todos ellos, en mayor o menor medida, contaron con el apoyo del empresariado colombiano, tanto en sus campañas políticas como en sus respectivos gobiernos. Es más: sería necio negar la importancia que tienen los gremios y empresarios (desde los Santo Domingo, los Ardila y los Sarmiento, hasta los líderes de las pymes, pasando por constructores, restauranteros y comerciantes, entre muchos otros), más allá del ámbito económico y productivo, en la preservación de la democracia, y es por eso que hoy les escribo estas líneas, porque sé que muchos de ellos ya están pensando cómo evitar que se cometan los mismos errores de la pasada contienda presidencial, que nos llevaron a una instancia absurda, en la que, después de prescindir injustamente de varios aspirantes íntegros y competentes, en la segunda vuelta hubo que elegir presidente entre dos candidatos que por su trayectoria y personalidad no daban la talla para tan alta dignidad.
Sería necio negar la importancia que tienen los empresarios, más allá del ámbito económico y productivo del país, en la preservación de la democracia.
Aunque es de público conocimiento, no está de más recordar que el peor error de la estrategia en el 2022 fue que cuando llegó la hora, en vez de actuar con cabeza fría, muchos se dejaron llevar por la desesperación y se pusieron a buscar con quien atajar a un candidato, en lugar de armar una propuesta sensata para sacar adelante un país golpeado por la pandemia y disminuido económica y anímicamente por el descontento social, convertido en herramienta política por varios oportunistas.
En situaciones tan complejas como las que estamos atravesando, es fundamental tomarse las cosas con calma para ponerse a trabajar y definir –antes que el nombre de un salvador o un héroe– un plan de vuelo, una convocatoria, que nos ayude a recuperar la ilusión. En medio de las adversidades actuales, lo primero que se necesita es estructurar y consolidar un proyecto viable que nos permita soñar con un mejor futuro. Si eso se consigue, los candidatos llegarán por añadidura.
Señores empresarios, aunque es innegable que el palo no está para cucharas, también es cierto que este país ha estado en coyunturas tanto o más complicadas que las actuales, y siempre hemos salido adelante; en buena medida gracias al esfuerzo del sector privado, pues en una y otra ocasión ustedes han demostrado que tienen la capacidad y la experiencia para convertir las dificultades en oportunidades. Y si lo han hecho en sus propias compañías, estoy seguro de que lo pueden hacer ahora con la más importante de todas las empresas: Colombia.