En 2016, durante los meses que asesoré al equipo negociador de la antigua guerrilla de las Farc-EP en La Habana, hubo un tema que, a mi modo de ver, fue subestimado: la reincorporación.
En ese entonces escribí un artículo sobre los principales nudos ciegos del Acuerdo Final. Sin embargo, fue en la negociación del Punto 3, Fin del conflicto, donde la expresión “nudo gordiano” estuvo más en boga; en particular, durante la discusión sobre lo que el Gobierno llamó “zonas de concentración” o “zonas de ubicación temporal”.
El gran temor, decían algunos, era repetir la experiencia del Caguán. Y, en seguida, describía los Territorios Especiales para la Construcción de la Paz (Terrepaz), propuesta de las Farc-EP que fue desestimada en la negociación. Allí explicaba que los Terrepaz eran más que simples espacios geográficos:
“(Son) Territorios en donde los guerrilleros han transitado por décadas y establecido vínculos afectivos con la población, donde han combatido y perdido a sus camaradas, donde muchos aprendieron a leer y a escribir, donde han amado, crecido y luchado toda su vida. Lo anterior no es ofrecer una visión romántica de la guerrilla, es tan solo dotar de contenido la imagen que se tiene de ella; la figura del guerrillero escondido en la montaña y permanentemente acechando al enemigo es tan irrisoria como la que lo muestra amedrentando constantemente a la población civil.
La propuesta de los Terrepaz buscaba hacerle entender al país que la guerrilla tenía un enraizamiento en el territorio.
Además de conocer perfectamente la topografía de estos territorios, los guerrilleros van, en parte, elaborando una memoria colectiva al recordar los distintos campamentos en los que han estado y las actividades que allí realizaron; muchos de esos campamentos están situados cerca de la población con la que han aprendido a convivir a lo largo de estas décadas. Así, ¿de verdad pensamos dar por terminada esta confrontación convirtiendo a los guerrilleros de las Farc-EP en los nuevos desarraigados de esta tierra? ¿Será posible desplazar a una fuerza guerrillera que por mucho tiempo ha estado anclada a sus territorios a unas cuantas mal llamadas zonas de concentración? En rigor, esa perspectiva reproduce una lógica colonial, la de considerar esos territorios como territorios vacíos y deshabitados, desconociendo las relaciones sociales, económicas y políticas allí gestadas.
Enhorabuena, que sea esta la discusión sobre la reincorporación de las Farc-EP a la vida civil, una oportunidad para que el territorio deje de ser entendido como una simple variable física y empiece a ser visto como la categoría que es: el escenario de complejas relaciones sociales y grandes conflictos de poder”.
La propuesta de los Terrepaz buscaba hacerle entender al país que la guerrilla tenía un enraizamiento en el territorio y que, por lo tanto, un programa convencional de DDR (Desarme, Desmovilización y Reintegración) no habría funcionado. En otra columna, publicada el 6 de abril de 2017, expliqué cómo el modelo de reincorporación de las Farc-EP podía convertirse en un nuevo paradigma en la materia.
Infelizmente, en la etapa final de las conversaciones, el Gobierno y la guerrilla se concentraron en la dejación de armas, descuidando el punto más importante para la ‘guerrillerada’: su reincorporación económica y social. Por esto, la noticia sobre el desplazamiento forzado de más de 200 familias de firmantes de paz en Mesetas, Meta, no deja de ser muy dolorosa.
En varias columnas abordaré algunos de los principales nudos ciegos de la ‘Paz total’, política cuyas bases conceptuales están aún por construirse. Es contraproducente querer innovar sin tener en cuenta las enseñanzas de anteriores procesos de paz, pues estos hacen parte de un largo camino de transformación política y social que difícilmente podrían entenderse de manera aislada.
SARA TUFANO