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Contra el fanatismo

No siempre somos víctimas de nuestros contextos, también podemos actuar sobre ellos y cambiarlos.

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Por años, dos relatos sobre el conflicto trataron de imponerse en el debate público. El primero, difundido desde la Presidencia y los medios de comunicación hegemónicos, consideraba que la culpa de todos los males del país la tenía la guerrilla y que, por lo tanto, era necesario eliminarla para que Colombia pudiera volver a ser un país próspero.
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Por otro lado, estaban quienes pensaban que, en medio del conflicto, no importaba si la población civil sufría porque esos eran los daños colaterales de cualquier confrontación armada, y las guerrillas no tenían cómo evitarlo. En este sentido, la culpa siempre la tenía el Estado colombiano.
Claramente, el primer relato dominó el debate. Sin embargo, ambos tienen algo en común –sin que esto signifique que los proyectos políticos que subyacen a esos relatos sean los mismos o que “los extremos se juntan"–, y es el proceso ideológico que los genera: son relatos donde la “agencia” desaparece. En ellos, nuestras acciones parecieran depender de factores completamente ajenos a nuestra voluntad. Por esto, ambos relatos corresponden a una visión reduccionista de la realidad.
Es lo que está sucediendo en el gobierno de Gustavo Petro y de Francia Márquez. Todos sabemos que hay sectores políticos que no quieren que a este gobierno le vaya bien, yo misma escribí un artículo que fue ampliamente difundido después de las elecciones presidenciales de 2018, el cual versaba sobre la parcialidad de los medios de comunicación, en particular durante esa campaña. Sin embargo, los relatos que despojan a las personas de su agencia distorsionan la realidad: nunca nada depende solamente de factores externos, esta es una lectura decimonónica de la sociedad.
Las personas fanáticas creen que los “enemigos” somos las personas que criticamos públicamente los proyectos políticos progresistas y no los mismos errores de esos gobiernos.
La vida va moldeándose a través de una combinación entre agencia y estructura: entre lo que hacemos y las circunstancias en las que nos encontramos. En este sentido, las izquierdas han tenido cierta tendencia a victimizarse o a considerarse inocentes de todo: en algún momento la culpa de todos los males la tenían exclusivamente el “imperialismo yanqui” o la “oligarquía”; claro, estos eran unos factores reales, pero no los únicos. Es más, es peligroso pensar que un gobierno progresista nunca se equivoca.
Los relatos históricos sin agencia son la vía más expedita al fracaso. ¿Por qué? Porque omitir la agencia en la comprensión de la realidad social equivale a distorsionarla, y, al hacer esto, se impide su transformación, preservando así el statu quo. Entre otras, esta es una de las razones por las que después de un gobierno de izquierda llega uno de derecha más radicalizado.
Las personas fanáticas creen que los “enemigos” somos las personas que criticamos públicamente los proyectos políticos progresistas y no los mismos errores de esos gobiernos. Esto es negar la realidad y creer que la crítica es peligrosa. Queda claro que esta actitud, llevada al extremo, no conduce sino al autoritarismo: el problema de fondo son los errores, no quienes los señalan. Y a quienes cuestionamos al Gobierno se nos acusa de querer un mundo perfecto, sin contradicciones; todo lo contrario, precisamente pedimos que no se haga una lectura tan simplista de la realidad. Nada dinamita más el cambio que esta actitud.
Todos los proyectos políticos reducen la realidad al enfatizar unos aspectos en detrimento de otros, los que les son más convenientes, pero es el progresismo el que busca cambiar nuestras sociedades, por esto, no debería ocultar sus acciones. Hay que recordar que no siempre somos víctimas de nuestros contextos, muchas veces también podemos actuar sobre ellos y cambiarlos, incluyendo aquellos que parecen inmutables.
SARA TUFANO

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