Llegó el día más esperado: el día que muchas personas estuvimos anhelando durante cuatro años. Pero esta vez, la felicidad es doble, no solo termina el mandato de Iván Duque y de Marta Lucía Ramírez, sino que empieza el gobierno de Gustavo Petro y de Francia Márquez.
Iván Duque nos demostró que la juventud no es garantía de nada si haces parte de un proyecto político autoritario o si tratas de implementar una agenda política claramente regresiva como la que implementó durante su mandato. También nos demostró que nada tiene que ver la campaña electoral con la forma de gobernar. El “talante conciliador” que los medios tanto elogiaron durante la campaña de 2018 quedó sepultado a cien metros bajo tierra.
Como lo advertimos en campaña, su principal bandera de gobierno fue “hacer trizas” la paz. Más que destruirla, lo que Duque hizo fue apostarle a su no implementación. Y es claro el vínculo entre la no implementación del acuerdo de paz y el aumento de los asesinatos de líderes sociales y firmantes de paz.
Durante su mandato, Duque combinó el talante autoritario con la insolencia. Y es que el presunto robo de los dineros de la paz es el acto final de un gobierno que se caracterizó por el cinismo y el desdén por el pueblo colombiano, en particular por las víctimas del conflicto armado. Periodistas y líderes de opinión se empeñarán en construirle un ‘legado’ pomposo, pero las personas que nos opusimos a su gobierno sabemos que la rechifla en la instalación del Congreso el pasado 20 de julio fue más que justificada. Recordemos por qué.
Este gobierno nos retrocedió en el tiempo y le quitó margen de maniobra y recursos al gobierno entrante.
Cómo no recordar el día en que un periodista le preguntó a Duque qué opinión le merecía el bombardeo en Caquetá contra un campamento de las disidencias de la extinta guerrilla de las Farc en el que murieron ocho menores de edad. A lo cual Duque contestó: “¿De qué me hablas, viejo?”. Cabe destacar que al menos 29 niños y jóvenes murieron en ataques aéreos de la Fuerza Pública durante el gobierno Duque, según un informe del Instituto de Medicina Legal entregado al senador Iván Cepeda.
¿Qué tal cuando agradeció a los padres fundadores de los Estados Unidos por la independencia de Colombia en la visita que hizo el entonces secretario de Estado, Mike Pompeo, en Cartagena, en enero de 2019? Un claro desconocimiento de la historia y una exagerada demostración de adulación.
Cómo no olvidar la fracasada estrategia del “cerco diplomático” al gobierno de Nicolás Maduro, o cuando dijo, en febrero de 2019, que “a la dictadura de Venezuela le quedan las horas contadas”.
O cuando decidió desconocer los protocolos establecidos entre el Estado colombiano y los países garantes en caso de ruptura de las negociaciones con el Eln después del atentado contra la Escuela de Cadetes de la Policía General Santander.
O cuando Duque se vistió de policía para apoyar a esta institución unos días después de la masacre policial del 9, 10 y 11 de septiembre de 2020, en Bogotá y Soacha, en la que 14 jóvenes fueron asesinados.
Recordemos que Duque tampoco asistió al lanzamiento del informe de la Comisión de la Verdad por estar “cumpliendo compromisos diplomáticos” en Portugal, lo cual es apenas lógico; el uribismo nunca ha querido que se conozca la verdad de lo ocurrido en el conflicto armado.
Esto sin mencionar sus terribles nombramientos en ministerios y cargos diplomáticos o las mismas declaraciones de sus funcionarios, como las de la exministra del Interior Alicia Arango: “Aquí mueren más personas por robos de celulares que por ser defensores de derechos humanos”.
Este gobierno nos retrocedió en el tiempo y le quitó margen de maniobra y recursos al gobierno entrante. Repito, Duque nunca estuvo ciego ni estuvo desconectado como algunos líderes de opinión siguen diciendo después de cuatro años: cumplió a cabalidad su agenda política. Por esto, no es exagerado decir que será recordado como uno de los peores presidentes de nuestra historia.
SARA TUFANO