The New York Times publicó hace un par de semanas una lista de los cien mejores y más influyentes libros del primer cuarto del siglo XXI. La única condición es que estuvieran en inglés y hubiesen sido publicados en Estados Unidos desde el primero de enero de 2000. El diario envió una encuesta a 503 escritores y críticos literarios, para que cada uno nombrara los diez mejores según su opinión. Aunque hay grandes novelas en ella, la lista despertó muchas críticas: que no es una muestra diversa, que se quedaron muchos títulos por fuera, que no hay variedad de géneros literarios, y un largo etcétera. Unos días después se publicó una segunda lista con las preferencias de los lectores del mismo diario.
Son buenas referencias, pero hoy no voy a hablarles de esas listas, sino de las razones por las cuales yo creo que escogemos unos libros sobre otros. Porque la verdad es que no hay listas objetivas. Todas las selecciones obedecen al bagaje cultural de quien las realiza y a sus motivaciones. Por supuesto que hay un mínimo de criterios para determinar si un libro es bueno o malo: la solidez de la estructura, la originalidad del argumento, la construcción de personajes, la voz narrativa y la riqueza del lenguaje. Asimismo, son esenciales el ritmo de los diálogos y la habilidad del autor para crear una historia verosímil y convincente.
Además de esas condiciones, hay obras literarias que nos enganchan desde la primera línea porque resuenan con nosotros en un nivel personal. Algunos autores logran establecer una conexión emocional con los lectores, haciéndonos sentir parte de la historia. Nos transportan a otros mundos y nos llevan a vivir experiencias en las que nos sumergimos por completo. Son libros que aportan perspectivas que nos invitan a reflexionar sobre nuestras propias vidas y sobre la condición humana. Libros que nos impulsan a aprender, a investigar, a cuestionar.
La relación que desarrollamos con un libro es muy personal. El que me gustó a mí puede no gustarle a otra persona a quien se lo recomiendo. Porque un libro nunca es el mismo para dos personas distintas; cada lector aporta su propia perspectiva y emociones. La riqueza de la literatura radica precisamente en su capacidad para resonar de manera distinta en cada lector, así como en su habilidad para mantenerse relevante en el tiempo. No se trata solo de cumplir estándares técnicos, mucho menos de figurar en listas prestigiosas.
X: @Diana_Pardo