Entre abrazos y gritos de júbilo, lágrimas y fe, este jueves hubo humo blanco en la histórica chimenea de la capilla Sixtina, en Roma, a la que la plaza de San Pedro llena de fieles de todo el orbe –sin que les pagaran por ir–, y el mundo entero miraba sin parpadear. Esa fumata era por la elección de Robert Francis Prevost como el nuevo pontífice, de aquí en adelante León XIV. Un león que tendrá que cuidar el rebaño.
Esas emociones significan fe y esperanza de la humanidad. Y como lo del Vaticano, o lo de Dios, es especial, una familia, mamá y papá gaviotas y un polluelo de alas de ángel estuvieron ahí, revoloteando junto a la tibia chimenea, hasta que salió humo blanco. Al saber que habemus papam alzaron vuelo, Dios sabe a dónde.
Hay regocijo y alegría entre la grey del Señor porque el concilio vaticano eligió a un Papa de 69 años, de la línea de Francisco, a quien se le notan la bondad y la bonhomía; un misionero agustiniano, de talante moderado y conciliador; un estadounidense nacionalizado peruano, que habla español, que paseó por Bogotá, a quien le encantan el cabrito, el ceviche y el sancocho; un Papa a quien le apasiona servir a los más necesitados y es paloma, o gaviota, de paz. Lo dijo en sus primeras palabras.
Dios guíe, bendiga y proteja al nuevo pontífice. Tiene una misión que solo con ayuda divina puede realizar en este mundo de humos negros, de guerras, de hambre y odios, de algunas manzanas podridas aun en la misma Iglesia, de millones de siervos sin tierra, ni país, que como gaviotas buscan un mejor nido. Y debe fortalecer la fe en Dios y en la Iglesia, guiándola por caminos más modernos.
Esta vez no demoró el cónclave. La elección de los papas me parece la más democrática y ejemplar del mundo. Quién sabe si habrá intereses, pero no imagina uno a los 133 obispos como políticos haciendo guiños bajo la mitra, ni ofreciendo puestos, o contratos de hostias, cómo vamos ahí... Si se habla de millones, es de millones de almas.
Allí los obispos, tan de votos, votan y votan, 4 veces diarias, hasta que el nuevo pontífice logra las dos terceras partes. Y habemus papam. Y qué grandeza del ungido, quien toma el báculo en olor de santidad, sin espejo retrovisor. Y elogia a su antecesor. Nada de que me dejó la olla raspada, o que no me gustan los salones del Vaticano. No llegan los papas, vade retro, Satanás, a posesionarse con la espada de san Pedro, con la que cortó oreja, a dividir y a usarla hasta en las bendiciones desde el balcón de la basílica de San Pedro. Llegan a cumplir su apostolado, a servir, a unir. Y se saben rodear, primero, del Espíritu Santo; luego, de un espíritu conciliador.
La política, en la que a muchos se les suben los humos, es otra cosa. Ente nosotros vivimos entre fumatas negras. O acusaciones de fumata. Qué tal la fumarola oscura que salió del Capitolio cuando habemus capturas de los expresidentes del Senado, Iván Name, y de la Cámara de Representantes, Andrés Calle, dentro del vergonzoso escándalo de la Unidad para la Gestión del Riesgo de Desastres, que es el peor desastre. Tal vez el foco corrupto más grave de los últimos años.
Por ahora están detenidos y será la ley la que diga si son culpables o inocentes. Pero faltan indignación y responsabilidad política desde el Ejecutivo. Imagina uno cómo actuaría hoy el presidente Petro si no estuviera en la Casa de Nariño, sino como senador. ¡Qué debates! Porque la lucha contra la corrupción ha sido su bandera, pero ahora el humo negro llega a las ventanas.
Papa León XIV, lo necesitamos en este país que vive un caos de violencia, de corrupción, de salud y de división política. Necesitamos que haya humo blanco en la paz, que se diga habemus justicia y que se recupere la fe en las instituciones, porque si la sal se corrompe... Bendiga a Colombia.