Una de las consecuencias sensibles de haber sido dado por muerto y haber terminado con vida –contando este occiso fallido con memoria de sumersión en pasajes homéricos y virgílicos–, es el de acercarse al Hades a visitar a los antiguos aliados cuyas psiques viajaron al inframundo.
De los 13 poetas nadaístas, ese opúsculo lanzado en 1962 por el profeta Gonzalo Arango con sus 12 apóstoles apostáticos, soy el sobreviviente gracias a los favores que me confirieran potencias espirituales que me incitaron a traicionar la fe atea del primer manifiesto.
En los últimos tiempos, retirado de los bares lujuriosos de la gran ciudad, me he enfrascado en las aventuras de Ulises, Eneas, Aquiles, Áyax, Paris, Agamenón, más los tantos dioses inmiscuidos, donde quedaron cifradas las pasiones olímpicas y terráqueas.
Comencé mis viajes sin pasaporte desde la juventud que nada que se me acaba. He declarado que fumé marihuana hasta que me supo a cacho. Luego me pasé al LSD, a los hongos, a la ayahuasca, como era la moda espiritual de la época impuesta por el hippismo. Y terminé capturado por el perico que me ofrecían en los clubes sociales donde lograban colarme reputados ejecutivos, periodistas confrontadores y políticos de pelo y medio. Todo ello pasó a la historia sin dejarme ninguna huella en el coco.
Retorné a alcoholes de marca, y con la vieja marimba me o en forma de pomada tal como me recomendara mi suegra para evitar que se me cuele la artritis. Con el resultado de que cada vez que me aplico un poco de ungüento en el antebrazo comienza mi viaje astral. Así me he vuelto de hipersensible.
En un semisueño consciente me hice presente en el Hades, más precisamente en los Campos Elíseos, especie de hotel de cinco estrellas del inframundo, al cual se acogieron mis compañeros insustanciales, y desde donde me hicieron señas a través de un Hermes onírico. Salieron a recibirme los niños prodigio de nuestro movimiento cósmico, María de las Estrellas y Luis Ernesto Valencia, con los mismos 13 y 10 años con los que cumplieron su misión en la tierra. Hola, Jotica, me dijeron en coro, al fin llegaste, pero con la misma ropa, sigue que están todos reunidos en la cabina de los inmortales.
Te estábamos esperando, manifestó el profeta Gonzalo, y qué bien que te hayas ingeniado visitarnos con carne y huesos y con posibilidad de retorno.
En efecto, me fui acercando al lugar indicado conducido por los angelillos, y muy sonrientes salieron a recibirme Gonzalo, Amílkar, Alberto, Darío, X-504, Elmo, Cachifo, Barquillo, Trujillo, Rivero, Diego León, Alfredo, el Negro Billy, Rosa Girasol y Dina Merlini, más Eduardo recién llegado, quien no se sentía muy a gusto en sitio tan despampanante.
Te estábamos esperando, manifestó el profeta Gonzalo, y qué bien que te hayas ingeniado visitarnos con carne y huesos y con posibilidad de retorno. Debemos celebrar una asamblea para analizar si lo que hicimos en vida valió las penas del mundo, porque nosotros ni a duras penas penamos. Nos propusimos cambiar el mundo que nos fue dado. Pero parece que en vez de cambiarlo para bien lo cambiamos para peor. Ya lo creo, dijo Amílkar, y de eso se trataba desde un principio. Vimos que el mundo había quedado mal hecho y nos propusimos acabárnoslo de tirar. A lo que repuso X-504: No teníamos por qué cambiar las cosas sino cambiar la manera de percibirlas. De esa manera no hubo mal que no nos viniera por bien. A lo que ripostó el Monje Loco: No debimos tratar de cambiar el mundo sino de cambiar de mundo. Lástima que no conseguimos para el pasaje. Tomó la palabra Cachifo y expresó que lo malo de la esperanza fue que fuera verde como el traje del policía. Y Barquillo manifestó que habíamos perdido el viaje a la vida por tirárnoslas de poetas. Que la poesía era para las hordas angélicas. A lo que concluyó Eduardo con una mueca: Este otro mundo es peor.
Los niños pidieron la palabra y comenzó Luis Ernesto: Cuando todavía estaba vivo yo dije: El mundo se está acabando. Amárrense los cinturones. Y ninguno lo hizo. A lo que complementó María de las Estrellas: No hicimos más que repetir lo que nos dictaba el espíritu santo, que estaba más loco que nosotros. (Continuará)