Los anuncios ofrecen gramófonos, escopetas, pastillas para aumentar la talla del busto, para curar la diabetes, la sordera, la gastritis, la obesidad, las arrugas, la impotencia. Destacan también la brillantina india para acabar con las canas, el cinturón eléctrico que cura a los pacientes de gota, reuma, entre otros, todo mientras duermen. Y qué decir de la “nueva maquinaria” agrícola, el invento del hidroavión, los nuevos submarinos, la recién descubierta cura contra la tuberculosis, las nuevas máquinas de escribir, los enjuagues bucales, los coches, las maquinarias de artillería, las trilladoras, los tractores, los ventiladores de techo, la explosión de la fotografía, los ferrocarriles, los parques de atracciones, el cronómetro, el taxímetro, el cronógrafo.
En casa de unos amigos me encontré con varios ejemplares de ‘Mundo Gráfico’, una revista española popular ilustrada de hace un siglo. Los ejemplares fueron encuadernados en cuerina roja, marcados con letras doradas, y organizados por años en una enorme biblioteca maciza de caoba. Hojear las páginas de los ejemplares de 1913 me hace pensar en un mundo a la vez parroquial e ilusionado con las promesas del progreso y la globalización. El entusiasmo se respira en cada anuncio, en cada artículo. Parece como si, además de los productos, los textos irando nuevos descubrimientos, tecnologías e inventos no pudieran creer tanta maravilla.
Ese asombro con los hallazgos, esa fascinación con los alcances que llegarían a tener en un futuro, quedan claros en un texto cuyo tema es evidente: “La cinematografía en colores presenta en su estado actual enormes dificultades, pues dista mucho de ofrecer una rapidez suficiente. Sin embargo, gracias al nuevo bicromo Gaumont, es posible proyectar las flores más variadas, las mariposas de los trópicos, con una verdad y una pureza de matices desconocidos hasta ahora. Así mismo, el espectador se encuentra con vistas animadas de personajes, evolucionando con gran rapidez, con lo cual puede esperarse que no tardará muchos años en ser perfecta”.
Me resulta conmovedor el entusiasmo con algo nunca antes visto, casi descrito como un acto de magia. Pero qué poco nos sorprendemos hoy de avances que hace poco más de un siglo apenas si entraban en la imaginación de los más audaces.
En estas páginas, el tono de optimismo por lo que viene es notorio. Parecía entonces que todo tenía solución, todo iba a mejorar, desde el cutis de las damas, pasando por las enfermedades más atroces, hasta el a aparatos que no muchos poseían todavía. Pasando páginas, mirando fotografías, rostros sonrientes, damas ataviadas, hombres trajeados, nuevos comienzos, no se imaginaría nadie que la Primera Guerra Mundial estaba por estallar, dejando cerca de 10 millones de muertos. Con algo de nostalgia, pensé que el futuro era mejor antes, cuando el optimismo no era la excepción sino la regla, y la evidencia del mundo parecía confirmar que todo iba a estar bien. Un siglo y una década más tarde, cuesta más trabajo ver el futuro en colores y con mejor definición, como lo hacían entonces.
Y, sin embargo, la guerra se acercaba con toda su maquinaria, aviones capaces de hacer piruetas, artillería, inventos, juguetes de adultos que aceleraban el corazón de los poderosos mientras los impulsaban a probar nuevos límites. Quizá sea cierto que después de la oscuridad se hace la luz, y por ende, después de la luz se hace la oscuridad, supongo, según el optimismo reinante en esos tiempos registrados en las revistas que vi. Imagino a un hipotético lector mirándonos desde el futuro mientras registra las predicciones catastróficas que eran tendencia. Si a estos tiempos pesimistas ha de seguirlos un inesperado giro hacia la luz, no lo sabemos. Pero empezar a creer en un desenlace distinto al apocalíptico quizá sea el primer requisito para comenzar a trazar un mañana más esperanzador.
MELBA ESCOBAR
En X: @melbaes